Santa María Goretti

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Santa María Goretti, virgen y mártir, que en una época infantil dura, donde se vio en la necesidad de ayudar a su madre en las labores de la casa, distinguiéndose ya por su piedad, cuando no contaba más que doce años murió en defensa de su castidad a causa de las heridas que le produjo con un puzón un joven que intentaba violarla cuando estaba sola en su casa, cercana a la localidad de Nettuno, en el Lacio, de Italia.

María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes, cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la Confirmación.

Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época.

Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni, es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira. Es realmente el ángel de la familia.

Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante, el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.

Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado.

Amor intenso al Señor

María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante.

Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.

La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, iqué mal habla esa niña! -Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría…Y la palabra morir queda entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.

Pureza eterna

Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras.

Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!

Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños.

María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento.

Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no comprende.

Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.

El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:

-«Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?» Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.

-«¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -¿Para qué? -¡sígueme!

-Si no me dices lo que quieres, no te sigo».

Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita:

-No hagas eso, que es pecado… Irás al infierno.

Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:

-Si no te dejas, te mato.

Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar:

-¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.

Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación.

María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado… Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.

En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú también, Mario, venid! . Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa. La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.

Sufrimiento redentor

Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad. Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.

María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien… ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?

En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María sigue diciendo:

-¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.

El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado… Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.

Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz, María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria. Después de breves momentos, se le escucha decir: «Papá». Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.

La conversión de Alessandro

En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -«Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar». Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar:

-«¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!». Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento. -«Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un duro!»

Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.

Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino: «Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, ya la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra». Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco.

Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó: «Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa».

En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. -«Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?» El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.

Mayo mes de María

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Estás por terminar y quiero pedirte días para honrar en ellos a nuestra Madre del Cielo ..tengo la imagen peregrina y la he ido entregando a diferentes familias, que la han acogido con inmenso amor. Esta semana termina su ronda de amor y quiero que no dejes de bendecir hogares .

San Maximiliano María Kolbe

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Es el santo de mi día de cumpleaños y siempre lo tengo muy presente y me gusta además de darme ejemplo.

San Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de enero de 1894 en la ciudad de Zdunska Wola (Pabiance), que en ese entonces se hallaba ocupada por Rusia. Fue bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia parroquial. A los 13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por Austria, y estando en el seminario adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es ordenado sacerdote.

Devoto de la Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su colaboración con la Gracia Divina para el avance de la Fe Catolica. Movido por esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento llamado «La Milicia de la Inmaculada» cuyos miembros se consagrarían a la bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo.

Verdadero apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual «Caballero de la Inmaculada», orientada a promover el conocimiento, el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con un Tiraje de 500 ejemplares en 1922, para 1939 alcanzaría cerca del millón de ejemplares.

En 1929 funda la primera «Ciudad de la Inmaculada» en el convento franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que al paso del tiempo se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen.

En 1931, luego de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como voluntario. En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów, y 3 años más tarde, en plena II Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción.

Es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.

En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e inpersonal: como un número; a San Max le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estadía en el campo nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los demás, así como su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.

La noche del 3 de agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que estaba asignado San Max escapa; en represalia, el comandante del campo ordena escoger a 10 prisioneros al hazar para ser ejecutados. Entre los hombres escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Max, casado y con hijos. San Max, que no se encontraba dentro de los 10 prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio, y San Max es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve prisioneros.

Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941

En 1973 Paulo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo Segundo lo canoniza como Mártir de la Caridad.

Santa Clara de Asís

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Memoria de santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a san Francisco, llevando una áspera vida en Asís, en la Umbría, pero, en cambio, rica en obras de caridad y de piedad. Enamorada de verdad por la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la extrema indigencia y enfermedad.