Imagen de Jesús en Tucumán

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0338720B  Tucumán
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Cientos de peregrinos acuden a un oratorio de la localidad de Yerba Buena para ver con sus propios ojos el fenómeno en una reproducción de la “Última cena”
Crédito Foto: Gentileza La Gaceta
La supuesta aparición de sangre que emana de uno de los ojos de una imagen de Jesús, en el interior de un templo católico causa conmoción en la localidad de Yerba Buena y otros sectores de la provincia de Tucumán.

Cientos de fieles hacían cola para acercarse al Oratorio del Sagrado Corazón desde el viernes a la tarde cuando tres jóvenes que rezaban descubrieron en el relieve que representa la Última Cena que de un ojo de Jesús caía un líquido rojo similar a la sangre.

Jorge Iramain, uno de los primeros observadores del supuesto fenómeno milagroso aseguró que ya fue certificado por los sacerdotes del templo. «Yo estaba sentado a unos tres metros y al comienzo dudé. Cuando vi que una adoradora observaba de cerca el cuadro de la Ultima Cena, de inmediato me acerqué y comprobamos que Jesús había llorado lágrimas rojas -que tenían aspecto de sangre-«, señaló en declaraciones al diario La Gaceta.

«Le informamos al padre Jorge Gandur, que vino luego y corroboró junto con otros sacerdotes lo sucedido», aseguró en el mismo sentido.

«Quienes tenemos fe sabemos que se trata de un mensaje de Dios. Estas lágrimas que derramó Jesús, justo a la hora de la Divina Misericordia, es una muestra del sufrimiento por las ofensas que recibe de los hombres», expresó Hilda Inés Frías, quien integraba la multitud de fieles que se acercó al escuchar las noticias sobre el milagro.
A las 5 de la tarde de ayer domingo, una multitud cantó “Salva al pueblo argentino, Sagrado Corazón”. Sobre Av. Aconquija, en la cuidad de Yerba Buena en Tucumán, el Reverendo Padre Jorge Gandur celebró una misa ante miles de fieles que espontáneamente se acercaron a rezar ante este fenómeno producido en el Cristo de un cuadro de la última cena, en el Oratorio de Adoración perpetua. “Ojalá pudiera explicar que es lo que ha sucedido” dijo emocionado el Padre Gandur, pero sólo puedo decirles que creo que el amor ha llegado a nuestros corazones y que debe transformarnos, explicó.

Desde el viernes a la siesta, cuando imprevistamente las tres personas que adoraban al Santísimo en el Oratorio de Yerba Buena advirtieron que algo le sucedía al Cristo de la imagen de la última cena, parecería que todo hubiese cambiado entre los tucumanos. Nadie habla acá de otra cosa, ni siquiera el fútbol consiguió sacar a los habitantes de la ciudad jardín de este estado de contemplación y oración en el que de pronto parecemos inmersos. Colas interminables de personas que llegan de toda la provincia han cambiado la fisonomía del paisaje alrededor de ese templo de adoración perpetua, pero a pesar de la multitud, hay silencio, regocijo y oraciones.

El Párroco de la zona, el mismo que hace 5 años inauguró ese templo pidiendo adoradores y rogando oraciones a todos, hoy celebró una misa al aire libre, en un escenario montado como altar en la misma puerta del Oratorio. Una verdadera multitud asistió a la ceremonia religiosa para escuchar las palabras del sacerdote y para rezar con verdadera devoción.

Las palabras del Padre Gandur luego de que se leyera el Evangelio de San Lucas fueron las siguientes:

Queridos hermanos:

Hoy, en esta tarde del 13 de junio, fiesta de San Antonio de Padua, el Señor de la Divina Providencia ha querido que el amor nos convoque desde una punta a la otra de nuestra amada provincia.

Ojalá pudiera darles una explicación de lo que ha sucedido, no tengo explicación lógica, humana tampoco, la única explicación que tengo queridos hermanos, es que Dios ha tocado vuestros corazones y los trajo acá. Porque creo que la sociedad está herida. ¿O acaso en la oración por la Patria no decimos que nos sentimos heridos y agobiados?. Ese agobio y esa herida, sólo será sanada por el amor de Dios, ya lo dijo el Apóstol San Pablo.

La herida más profunda del corazón es la de no sentirse amado. Prosiguió el Sacerdote. Vivimos en una soledad poblada. El hombre se siente solo. Este es el mes del amor. El amor de Dios va más allá que la lógica humana. En el mes del amor las promesas del corazón se hacen más palpables y ese corazón que tanto amó, recibió olvido, ingratitud, indiferencia.

Pero en este templo hay hombres y mujeres que durante las 24 horas vienen a desagraviar y a acompañar al más abandonado de los abandonados. Por eso creo que el amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones.

Desde que comencé hace 25 años a predicar como sacerdote, dijo Gandur, supliqué, rogué, imploré, que el amor de Dios llegara a tocar los corazones de ustedes.

Hoy hemos venido hasta acá para buscar, consciente o inconscientemente, el amor de Dios. Argentina es y será siempre una Nación profundamente cristiana, porque nuestra Patria nació y se transformó por la gracia de Cristo.

El Señor no ve nuestros pecados, no nos asustemos de tal o cuál situación. Dios es el Dios de la Misericordia. Ahora es el tiempo de la Misericordia, ya llegará el tiempo de la Justicia.

Hay otras muestras más de que Dios llegó a esta comunidad. Hace 5 años se inauguró este templo de Adoración Perpetua del Sagrado Corazón, se comenzó a adorar al Santísimo de forma perpetua. No hubo prensa ni difusión, la difusión fue el amor de Dios.

La respuesta está acá. Quizás sin este regalo de Dios muchos de ustedes no se hubiesen acercado. Esta es la fuente del amor y la misericordia.

Pasará un tiempo hasta poder dar una explicación científica, la Iglesia es prudentísima con este tema. Puede que ustedes quieran una explicación, pero si les damos tal o cuál explicación, ¿satisfacen su corazón?, preguntó ante los fieles que escuchaban en absoluto silencio. El mío no, dijo…y prosiguió, yo me siento profundamente emocionado, siento temblor ante esta tremenda responsabilidad de estar hoy frente a este rebaño, porque siento algo que sobrepasa mi ser social, explicó con sinceridad profunda.

Fuente: NA

Santa Margarita Maria Alacoque

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Santa Margarita Maria Alacoque

1647-1690

Vidente de las revelaciones del Sagrado Corazon de Jesus
Fiesta: 16 de octubre

Todos conocemos y practicamos la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, pero como tantas otras maravillas de la Iglesia, desconocemos el origen de tan extraordinario regalo. Fue una humilde monjita la que tuvo las visiones del Señor, quien le reveló esta devoción, “como último esfuerzo de Su Amor” para poder atraer así a las almas que lo ignoran y rechazan pese a Sus permanentes invitaciones a la salvación.
Al analizar la vida de Santa Margarita María, podemos advertir el extraordinario paralelo con las devociones entregadas por el mismo Señor a Sor Faustina Kowalska en Polonia, en el siglo XX. La devoción es la de la Divina Misericordia, continuación de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Santa Margarita María Alacoque fue sin dudas una elegida, pero fue ella la que respondió al llamado, pudiendo haberse perdido en las tentaciones del mundo. Su vida fue una sinfonía al Amor de Dios, a la obediencia, a la sencillez y particularmente a un profundo amor al Santisimo Sacramento, Jesús Eucaristía.

Esta extraordinaria santa nació en el año 1647 en la diócesis de Autun (Francia).

Como suele suceder con muchos grandes santos, tuvo una fuerte devoción por el Amor de Dios desde que era muy pequeña, viviendo experiencias misticas que le abrieron las puertas del mundo sobrenatural, el mundo de Dios. Su familia rechazó su vocación, a la que tuvo que convencer con grandes sufrimientos y la eficaz ayuda de la Madre de Dios.

Finalmente, entró a formar parte de las monjas de la Visitación de Paray-le-Monial y allí llevó una vida de constante perfección espiritual. Tuvo una serie de revelaciones místicas referentes sobre todo a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, cuyo culto se esforzó desde entonces por introducir en la Iglesia. Murió el día 17 de octubre del año 1690 y fue canonizada en 1920 por el Papa Benedicto XV.

Es la patrona de los que piadosamente alaban y dan gloria al Sagrado Corazón de Jesús.

Dijo el Señor a Santa Margarita María:

«Te constituyo heredera de Mi Corazón y de todos Mis tesoros».

La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús es un inmenso regalo que Jesús le hace a Su Iglesia, es sangre que corre por las venas del Cuerpo Mistico del Señor, Sangre que lo vivifica y alimenta en el camino a la perfección en el amor, a la que Dios nos invita de modo insistente. La santidad no es una meta inalcanzable, es nuestra obligación de cristianos el buscarla desde el lugar que nos toque, de acuerdo a la Voluntad del Señor.

Oremos con frecuencia:

«Jesús Manso y Humilde de Corazón, haz nuestro corazón semejante al Tuyo».

«Sagrado Corazón de Jesús, en vos confí

Diez Secretos

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Ayer fuer el Inmaculado Corazón de María; en su honor, le dedico el diario.

Los Diez Secretos

Desde 1981, la Virgen María ha revelado a los videntes unos secretos. Sólo Mirjana conoce en este momento los diez secretos – el décimo le es revelado durante las Navidades de 1982- y la fecha en que se cumplirán. Los demás videntes no los conocen todos, sino que van accediendo a los mismos progresivamente. No se sabe si los 10 secretos son los mismos para todos los videntes. Ni ellos mismos lo saben.

Estos secretos están destinados a hacerse públicos, pero de momento no los pueden manifestar hasta que la Virgen María se lo indique. indique. indique. indique.. indique.. indique.

Mirjana confía a unos peregrinos italianos cómo se hará la revelación de los secretos:

-«La Virgen María me ha dado una simple hoja especial sobre la cual hay escritos los diez secretos. Es de un material que no se puede describir: no es papel ni tela. No se ve en ella la escritura. A su debido tiempo daré la hoja al sacerdote elegido, el cual tendrá la gracia de poder leer solamente el primer secreto; más tarde, los otros. Siete días después, él los podrá revelar, tres días antes de su realización.alización.

Mirjana revela al Padre Tomislav Vlasic en un coloquio posterior, lo siguiente:

– Antes del signo visible que será dado a la humanidad, habrá tres advertencias para todo el mundo. Las advertencias serán ciertos acontecimientos sobre la tierra. Mirjana será testigo de los mismos. Tres días antes de las admoniciones, ella avisará a un sacerdote, libremente elegido. El testimonio de Mirjana será una confirmación de las apariciones y una incitación a la conversión del mundo.

– Tras las amonestaciones vendrá el signo visible sobre el lugar de las apariciones en Medjugorje, para toda la humanidad. El signo será dado como el testimonio de las apariciones y una llamada a la fe.a a la fe.

– Los secretos noveno y décimo son graves. Representan un castigo por los pecados del mundo. La punición es inevitable, ya que no se puede esperar la conversión del mundo entero. El castigo puede ser reducido por las plegarias y la penitencia; pero no puede ser suprimido. Un mal que amenazaba al mundo, según el secreto séptimo, ha desaparecido gracias a la plegaria y el ayuno. Por eso la Virgen continúa invitando a la oración y el ayuno. el ayuno. el ayuno.

– Tras la primera admonición seguirán las otras en un tiempo bastante breve. Así los hombres tendrán tiempo para la conversión.

– Este tiempo es un periodo de gracia y de conversión. Tras la señal visible, los que aún sigan vivos tendrán poco tiempo para la conversión. Por eso invita la Virgen a la conversión y reconciliación urgente.

– La invitación a la plegaria y a la penitencia está destinada a alejar los males y la guerra, y sobre todo a salvar las almas.

– Según Mirjana nos hallamos cerca de los acontecimientos vaticinados por la Virgen. En nombre de esa experiencia, Mirjana dice a la humanidad:

– «Convertíos con toda rapidez, abrid vuestros corazones a Dios».

El 13 de Septiembre de 1984, se apareció nuevamente la Virgen a Mirjana y comunicó a la vidente el día en que debe confíar los primeros secretos al sacerdote. Y hablaron de los secretos.

La vidente nada puede decir al respecto, pero de su actitud se pueden deducir muchas cosas.has cosas.

En primer lugar, la vidente ha tomado una actitud muy seria, respecto al futuro. Así, cuando el sacerdote le preguntó: «Tú, como has visto a Nuestra Señora, conoces el futuro; estarás muy contenta». Respondi»: «No es exactamente así; cuando me acuerdo, una palabra me basta para llorar todo el día».

En ese mismo día ha dicho: «Nuestra Señora está muy triste porque hay tantos infieles en el mundo».ndo».

El sacerdote preguntó: «¿Qué infieles: los que vienen a la Iglesia y no practican la Fe, o los que no conocen a Dios?» Contestó: «Ambos por igual»gual»

¿Pero cómo van a ser iguales, si una persona no encontró la Fe? La vidente respondió: Nuestra Señora dijo:

-«Todas las personas adultas tienen capacidad para conocer que Dios existe. El pecado del mundo consiste en esto: no se interesan por Dios. Las ciudades, las regiones están llenas de iglesias y de mezquitas, pero las personas no entran allí para preguntar: ¿cómo debo vivir? Aquí está, precisamente, el pecado del mundo: no se interesa por Dios».

Después la vidente dijo a propósito del séptimo secreto: «El secreto no ha sido anulado, está disminuído».

Pero Nuestra Señora nos dijo: nos dijo: nos dijo:

-«No pidáis que sean retirados todos los secretos. Dios tiene su programa. Debéis convertiros y vivir vuestra Fe».

De aquí se desprende una actitud seria acerca del futuro.

Otra cosa que la vidente afirma: «Hay que anunciar al mundo la esperanza, pero al mismo tiempo, la realidad, esto es, la seriedad de los acontecimientos en estos últimos meses». Del Mensaje que hemos escuchado podemos concluir: «El pecado del mundo consiste en esto: no busca a Dios, no se interesa por Dios».

En una entrevista Mirjana manifestó que en 1987 habló con el Papa privadamente. El sabe que ella ha recibido diez secretos, aunque no se los reveló, como no los ha revelado a nadie, tal como la Virgen se lo ha pedido. El pasado mes de Febrero (1995) el Papa concedió una audiencia a algunos obispos croatas entre los cuales se hallaba Monseñor Zanic, obispo emérito de Mostar. El preguntó a Su Santidad cuándo visitaría Sarajevo. El Papa se lo quedó mirando y le respondió: «¡Ah! Yo pensaba que Vd. me preguntaría: Santo Padre, ¿Cuándo vendrá Vd. a Medjugorje?». Ello nos permite pensar que Medjugorje está constantemente en el corazón de Juan Pablo II.

Clausura del Año Sacerdotal

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CLAUSURA DEL AÑO SACERDOTAL
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús
Plaza de San Pedro
Viernes 11 de junio de 2010

Queridos hermanos en el ministerio sacerdotal,
queridos hermanos y hermanas:
El Año Sacerdotal que hemos celebrado, 150 años después de la muerte del santo Cura de Ars, modelo del ministerio sacerdotal en nuestros días, llega a su fin. Nos hemos dejado guiar por el Cura de Ars para comprender de nuevo la grandeza y la belleza del ministerio sacerdotal. El sacerdote no es simplemente alguien que detenta un oficio, como aquellos que toda sociedad necesita para que puedan cumplirse en ella ciertas funciones. Por el contrario, el sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, a partir de Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y el vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo; son palabras que abren el mundo a Dios y lo unen a Él. Por tanto, el sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio». Que Dios nos considere capaces de esto; que por eso llame a su servicio a hombres y, así, se una a ellos desde dentro, esto es lo que en este año hemos querido de nuevo considerar y comprender. Queríamos despertar la alegría de que Dios esté tan cerca de nosotros, y la gratitud por el hecho de que Él se confíe a nuestra debilidad; que Él nos guíe y nos ayude día tras día. Queríamos también, así, enseñar de nuevo a los jóvenes que esta vocación, esta comunión de servicio por Dios y con Dios, existe; más aún, que Dios está esperando nuestro «sí». Junto con la Iglesia, hemos querido destacar de nuevo que tenemos que pedir a Dios esta vocación. Pedimos trabajadores para la mies de Dios, y esta plegaria a Dios es, al mismo tiempo, una llamada de Dios al corazón de jóvenes que se consideren capaces de eso mismo para lo que Dios los cree capaces. Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo. Y así ha ocurrido que, precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario. También nosotros pedimos perdón insistentemente a Dios y a las personas afectadas, mientras prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder jamás; que en la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y que queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida. Si el Año Sacerdotal hubiera sido una glorificación de nuestros logros humanos personales, habría sido destruido por estos hechos. Pero, para nosotros, se trataba precisamente de lo contrario, de sentirnos agradecidos por el don de Dios, un don que se lleva en «vasijas de barro», y que una y otra vez, a través de toda la debilidad humana, hace visible su amor en el mundo. Así, consideramos lo ocurrido como una tarea de purificación, un quehacer que nos acompaña hacia el futuro y que nos hace reconocer y amar más aún el gran don de Dios. De este modo, el don se convierte en el compromiso de responder al valor y la humildad de Dios con nuestro valor y nuestra humildad. La palabra de Cristo, que hemos entonado como canto de entrada en la liturgia de hoy, puede decirnos en este momento lo que significa hacerse y ser sacerdote: «Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
Celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y con la liturgia echamos una mirada, por así decirlo, dentro del corazón de Jesús, que al morir fue traspasado por la lanza del soldado romano. Sí, su corazón está abierto por nosotros y ante nosotros; y con esto nos ha abierto el corazón de Dios mismo. La liturgia interpreta para nosotros el lenguaje del corazón de Jesús, que habla sobre todo de Dios como pastor de los hombres, y así nos manifiesta el sacerdocio de Jesús, que está arraigado en lo íntimo de su corazón; de este modo, nos indica el perenne fundamento, así como el criterio válido de todo ministerio sacerdotal, que debe estar siempre anclado en el corazón de Jesús y ser vivido a partir de él. Quisiera meditar hoy, sobre todo, los textos con los que la Iglesia orante responde a la Palabra de Dios proclamada en las lecturas. En esos cantos, palabra y respuesta se compenetran. Por una parte, están tomados de la Palabra de Dios, pero, por otra, son ya al mismo tiempo la respuesta del hombre a dicha Palabra, respuesta en la que la Palabra misma se comunica y entra en nuestra vida. El más importante de estos textos en la liturgia de hoy es el Salmo 23 [22] – «El Señor es mi pastor» –, en el que el Israel orante acoge la autorrevelación de Dios como pastor, haciendo de esto la orientación para su propia vida. «El Señor es mi pastor, nada me falta». En este primer versículo se expresan alegría y gratitud porque Dios está presente y cuida del hombre. La lectura tomada del Libro de Ezequiel empieza con el mismo tema: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro» (Ez 34,11). Dios cuida personalmente de mí, de nosotros, de la humanidad. No me ha dejado solo, extraviado en el universo y en una sociedad ante la cual uno se siente cada vez más desorientado. Él cuida de mí. No es un Dios lejano, para quien mi vida no cuenta casi nada. Las religiones del mundo, por lo que podemos ver, han sabido siempre que, en último análisis, sólo hay un Dios. Pero este Dios era lejano. Abandonaba aparentemente el mundo a otras potencias y fuerzas, a otras divinidades. Había que llegar a un acuerdo con éstas. El Dios único era bueno, pero lejano. No constituía un peligro, pero tampoco ofrecía ayuda. Por tanto, no era necesario ocuparse de Él. Él no dominaba. Extrañamente, esta idea ha resurgido en la Ilustración. Se aceptaba no obstante que el mundo presupone un Creador. Este Dios, sin embargo, habría construido el mundo, para después retirarse de él. Ahora el mundo tiene un conjunto de leyes propias según las cuales se desarrolla, y en las cuales Dios no interviene, no puede intervenir. Dios es sólo un origen remoto. Muchos, quizás, tampoco deseaban que Dios se preocupara de ellos. No querían que Dios los molestara. Pero allí donde la cercanía del amor de Dios se percibe como molestia, el ser humano se siente mal. Es bello y consolador saber que hay una persona que me quiere y cuida de mí. Pero es mucho más decisivo que exista ese Dios que me conoce, me quiere y se preocupa por mí. «Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen» (Jn 10,14), dice la Iglesia antes del Evangelio con una palabra del Señor. Dios me conoce, se preocupa de mí. Este pensamiento debería proporcionarnos realmente alegría. Dejemos que penetre intensamente en nuestro interior. En ese momento comprendemos también qué significa: Dios quiere que nosotros como sacerdotes, en un pequeño punto de la historia, compartamos sus preocupaciones por los hombres. Como sacerdotes, queremos ser personas que, en comunión con su amor por los hombres, cuidemos de ellos, les hagamos experimentar en lo concreto esta atención de Dios. Y, por lo que se refiere al ámbito que se le confía, el sacerdote, junto con el Señor, debería poder decir: «Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen». «Conocer», en el sentido de la Sagrada Escritura, nunca es solamente un saber exterior, igual que se conoce el número telefónico de una persona. «Conocer» significa estar interiormente cerca del otro. Quererle. Nosotros deberíamos tratar de «conocer» a los hombres de parte de Dios y con vistas a Dios; deberíamos tratar de caminar con ellos en la vía de la amistad con Dios.
Volvamos al Salmo. Allí se dice: «Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan» (23 [22], 3s). El pastor muestra el camino correcto a quienes le están confiados. Los precede y guía. Digámoslo de otro modo: el Señor nos muestra cómo se realiza en modo justo nuestro ser hombres. Nos enseña el arte de ser persona. ¿Qué debo hacer para no arruinarme, para no desperdiciar mi vida con la falta de sentido? En efecto, ésta es la pregunta que todo hombre debe plantearse y que sirve para cualquier período de la vida. ¡Cuánta oscuridad hay alrededor de esta pregunta en nuestro tiempo! Siempre vuelve a nuestra mente la palabra de Jesús, que tenía compasión por los hombres, porque estaban como ovejas sin pastor. Señor, ten piedad también de nosotros. Muéstranos el camino. Sabemos por el Evangelio que Él es el camino. Vivir con Cristo, seguirlo, esto significa encontrar el sendero justo, para que nuestra vida tenga sentido y para que un día podamos decir: “Sí, vivir ha sido algo bueno”. El pueblo de Israel estaba y está agradecido a Dios, porque ha mostrado en los mandamientos el camino de la vida. El gran salmo 119 (118) es una expresión de alegría por este hecho: nosotros no andamos a tientas en la oscuridad. Dios nos ha mostrado cuál es el camino, cómo podemos caminar de manera justa. La vida de Jesús es una síntesis y un modelo vivo de lo que afirman los mandamientos. Así comprendemos que estas normas de Dios no son cadenas, sino el camino que Él nos indica. Podemos estar alegres por ellas y porque en Cristo están ante nosotros como una realidad vivida. Él mismo nos hace felices. Caminando junto a Cristo tenemos la experiencia de la alegría de la Revelación, y como sacerdotes debemos comunicar a la gente la alegría de que nos haya mostrado el camino justo.
Después viene una palabra referida a la “cañada oscura”, a través de la cual el Señor guía al hombre. El camino de cada uno de nosotros nos llevará un día a la cañada oscura de la muerte, a la que ninguno nos puede acompañar. Y Él estará allí. Cristo mismo ha descendido a la noche oscura de la muerte. Tampoco allí nos abandona. También allí nos guía. “Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro”, dice el salmo 139 (138). Sí, tú estás presente también en la última fatiga, y así el salmo responsorial puede decir: también allí, en la cañada oscura, nada temo. Sin embargo, hablando de la cañada oscura, podemos pensar también en las cañadas oscuras de las tentaciones, del desaliento, de la prueba, que toda persona humana debe atravesar. También en estas cañadas tenebrosas de la vida Él está allí. Señor, en la oscuridad de la tentación, en las horas de la oscuridad, en que todas las luces parecen apagarse, muéstrame que tú estás allí. Ayúdanos a nosotros, sacerdotes, para que podamos estar junto a las personas que en esas noches oscuras nos han sido confiadas, para que podamos mostrarles tu luz.
«Tu vara y tu cayado me sosiegan»: el pastor necesita la vara contra las bestias salvajes que quieren atacar el rebaño; contra los salteadores que buscan su botín. Junto a la vara está el cayado, que sostiene y ayuda a atravesar los lugares difíciles. Las dos cosas entran dentro del ministerio de la Iglesia, del ministerio del sacerdote. También la Iglesia debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones. En efecto, el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la fe, como si nosotros inventáramos la fe autónomamente. Como si ya no fuese un don de Dios, la perla preciosa que no dejamos que nos arranquen. Al mismo tiempo, sin embargo, la vara continuamente debe transformarse en el cayado del pastor, cayado que ayude a los hombres a poder caminar por senderos difíciles y seguir a Cristo.
Al final del salmo, se habla de la mesa preparada, del perfume con que se unge la cabeza, de la copa que rebosa, del habitar en la casa del Señor. En el salmo, esto muestra sobre todo la perspectiva del gozo por la fiesta de estar con Dios en el templo, de ser hospedados y servidos por él mismo, de poder habitar en su casa. Para nosotros, que rezamos este salmo con Cristo y con su Cuerpo que es la Iglesia, esta perspectiva de esperanza ha adquirido una amplitud y profundidad todavía más grande. Vemos en estas palabras, por así decir, una anticipación profética del misterio de la Eucaristía, en la que Dios mismo nos invita y se nos ofrece como alimento, como aquel pan y aquel vino exquisito que son la única respuesta última al hambre y a la sed interior del hombre. ¿Cómo no alegrarnos de estar invitados cada día a la misma mesa de Dios y habitar en su casa? ¿Cómo no estar alegres por haber recibido de Él este mandato: “Haced esto en memoria mía”? Alegres porque Él nos ha permitido preparar la mesa de Dios para los hombres, de ofrecerles su Cuerpo y su Sangre, de ofrecerles el don precioso de su misma presencia. Sí, podemos rezar juntos con todo el corazón las palabras del salmo: «Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida» (23 [22], 6).
Por último, veamos brevemente los dos cantos de comunión sugeridos hoy por la Iglesia en su liturgia. Ante todo, está la palabra con la que san Juan concluye el relato de la crucifixión de Jesús: «uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua» (Jn 19,34). El corazón de Jesús es traspasado por la lanza. Se abre, y se convierte en una fuente: el agua y la sangre que manan aluden a los dos sacramentos fundamentales de los que vive la Iglesia: el Bautismo y la Eucaristía. Del costado traspasado del Señor, de su corazón abierto, brota la fuente viva que mana a través de los siglos y edifica la Iglesia. El corazón abierto es fuente de un nuevo río de vida; en este contexto, Juan ciertamente ha pensado también en la profecía de Ezequiel, que ve manar del nuevo templo un río que proporciona fecundidad y vida (Ez 47): Jesús mismo es el nuevo templo, y su corazón abierto es la fuente de la que brota un río de vida nueva, que se nos comunica en el Bautismo y la Eucaristía.
La liturgia de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, sin embargo, prevé como canto de comunión otra palabra, afín a ésta, extraída del evangelio de Juan: «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Como dice la Escritura: De sus entrañas manarán torrentes de agua viva» (cfr. Jn 7,37s). En la fe bebemos, por así decir, del agua viva de la Palabra de Dios. Así, el creyente se convierte él mismo en una fuente, que da agua viva a la tierra reseca de la historia. Lo vemos en los santos. Lo vemos en María que, como gran mujer de fe y de amor, se ha convertido a lo largo de los siglos en fuente de fe, amor y vida. Cada cristiano y cada sacerdote deberían transformarse, a partir de Cristo, en fuente que comunica vida a los demás. Deberíamos dar el agua de la vida a un mundo sediento. Señor, te damos gracias porque nos has abierto tu corazón; porque en tu muerte y resurrección te has convertido en fuente de vida. Haz que seamos personas vivas, vivas por tu fuente, y danos ser también nosotros fuente, de manera que podamos dar agua viva a nuestro tiempo. Te agradecemos la gracia del ministerio sacerdotal. Señor, bendícenos y bendice a todos los hombres de este tiempo que están sedientos y buscando. Amén.

© Copyright 2010 – Libreria Editrice Vaticana

Testimonio de una madre

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Juan y yo: una unión más allá de la muerte
María de Bonilla Lodares es la mujer que lo escribe y la que os presenté en el segundo corto de La Cima; es la madre que perdió a su bebé al nacer. Es impresionante su testimonio.

Escribo estas líneas desde lo más profundo de mi alma, desde el dolor tan grande y, a la vez, la paz tan profunda experimentada con la vida y la muerte de mi tercer hijo, Juan.
Los embarazos de mis dos primeros hijos fueron normales. Con el tercero, Juan, todo iba bien hasta la segunda ecografía en la que detectan «problemas» al bebé, que se confirmaron de inmediato con una prueba denominada triple screening: Juan tenía una altísima probabilidad de padecer el síndrome de Edwards o trisomía 18: los niños tienen retraso mental y suelen morir en el primer año de vida.

En este primer momento experimenté cómo se me invitaba a lanzarme al abismo. Mientras yo estaba viendo en la ecografía a mi hijo con sus brazos, con sus piernas, moviéndose, el ginecólogo de forma seca, distante, me informaba que tenía que hacerme rápidamente la amniocentesis para tomar la decisión de «interrumpir» con total seguridad. Yo iba tan ilusionada a ver a mi hijo y de repente era tratado como «algo'» feo, sucio, peligroso, prácticamente un «grano” que me tenía que arrancar rápidamente, antes de que siguiera creciendo y fuera peor. Tristemente demasiadas veces tuve que oír esta pregunta: «Todavía estás a tiempo para interrumpir, ¿por qué sigues adelante?” «Esto no tiene ningún sentido”.
Haciendo esfuerzos por no escuchar lo que algunos desde fuera me decían, traté de oír en lo más profunda y genuino de mi interior. Volvían a mí los versos de un poeta árabe, K. Gibram, que había leído muchos años atrás y que debían haber quedado registrados en algún hueco de mi alma. Busqué el libro en el desorden de mi biblioteca, lo releí varias veces:
«(…)Y una mujer que sostenía un niño contra su seno dijo: háblanos de los Niños: y él dijo: vuestros hijos no son vuestros hijos; son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de perpetuarse; vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros; y aunque están a vuestro lado, no os pertenecen; podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos; porque ellos tienen sus propios pensamientos; podéis cobijar sus cuerpos, pero no sus almas; porque sus almas viven en la casa del porvenir, que esta cerrada para vosotros, aun para vuestros sueños; podéis esforzaros en ser parecidos a ellos, pero no busquéis hacerlos a vuestra semejanza… «: El Profeta (K.Gibran).

Y encontré «mi» respuesta: Yo no era dueña de la vida de mi hijo. ¿Quién era yo para decidir cuánto tenía que vivir mi hijo?, ¿tenía yo “esa responsabilidad» (nada más y nada menos) que ser dueña de los minutos de su vida? También pensaba: “Si alguno de mis otros dos hijos tuvieran un accidente grave y me dijeran que le quedaba un año de vida y que (supuestamente) podía «ahorrarle» ese año, ¿yo qué hubiera hecho?, ¿hubiera «interrumpido» su vida o hubiera hecho todo lo posible por hacerle lo más feliz ese último año?»
Decidí, por tanto, respetar la vida que la sabia naturaleza le regalara. Este fue el punto de inflexión que hizo que, a partir de aquel momento, comenzara el camino de aceptación incondicional de mi hijo, viniera como viniera, hasta conseguir llegar a abrazarlo con todo mi ser, mi mente y mi cuerpo. Lo primero que hice fue buscar un ginecólogo que, junto a su capacitación profesional, importantísimo, se uniese su gran calidad humana, quizás tan importante o más que lo anterior en estos casos. Y afortunadamente lo encontré en uno que siempre me mostró una gran cercanía y un profundo respeto por mí y por mi hijo.

Una serie de acontecimientos casuales fueron acompañando la vida de mi hijo durante el embarazo. Cuando acudí a la clínica para realizarme el triple screening, la enfermera, que no sabía nada, me dio la enhorabuena por mi embarazo. Entonces yo no pude evitar deshacerme en lágrimas. Le expliqué qué me pasaba. Y cual sería mi asombro cuando ella, también muy emocionada, me contó que unos trece años atrás le había pasado exactamente lo mismo, optando por el aborto. Yo quería saber qué me aconsejaba, porque ella había pasado por lo mismo que yo estaba pasando. Me contó que desde entonces tomaba una severa medicación dentro del tratamiento psiquiátrico que recibía y que no había día que no le vinieran pensamientos atormentadores. Un detalle que me conmovió profundamente fue cuando me dijo: “María, este momento que estás viviendo es muy doloroso. Yo lo pasé y te entiendo perfectamente. Pero el dolor que te queda después de haber abortado es desgarrador. Tú podrás despedirte de tu hijo en paz, incluso a lo mejor hasta lo podrás enterrar. Sufrirás mucho esa pérdida pero una vez pasada tendrás paz, recordarás a tu hijo con la mente y el corazón tranquilos. En cambio para mí el dolor es cada día mayor porque sé cada vez con mayor certeza que “aquella cosa” era “mi hijo”. Y realmente esta mujer, que ni mi hijo ni yo olvidaremos nunca, acertó en cómo se desarrollarían los acontecimientos y el desenlace final.

Mi situación me permitió conocer a otras mujeres que habían abortado y que me confiaron sus historias de dolor y soledad. Almas inocentes que acabaron tirando la toalla optando por matar la vida de lo más grande que tenían, la vida de un hijo en su seno. Mujeres que vieron rotas sus vidas para siempre, porque en un momento dado, ante la indiferencia y la complicidad del mundo, la ola de la soledad las golpeó fatalmente, empujándolas hacia una única opción. Recuerdo especialmente el caso de una de ellas, que había abortado hacía ya quince años. Sin conocerme apenas, me relató todos los detalles de aquel aborto, con un dolor y un detalle trágico que revelaban lo profundamente herida que se sentía todavía y cómo este hecho había afectado negativamente desde entonces, e incluso hasta hoy en día, todas sus relaciones afectivas. Entre otras cosas me decía: “Yo además opté por el aborto libremente, por tanto no puedo quejarme. No puedo compartir con nadie aquel hecho porque temo me echen en cara que fui yo la que libremente tomé aquella decisión”. Esta mujer que ideológicamente no tenía prejuicios ante el aborto, me relató que ya cuando estaba en el quirófano sintió que le estaban arrancando a su hijo, que ella quería huir, «pero que ya era demasiado tarde”.

Mientras Juan iba creciendo dentro de mí, si bien no dejé de llorar, fue un sufrimiento cada vez más sosegado y liberador. Quería y disfrutaba de la vida de mi hijo en mi vientre, con sus patadas, sus movimientos… me pasaba el día “escuchando” mi cuerpo, intentando conocer a mi hijo a través de mis sensaciones. Aproveché mi embarazo al máximo. Después, al dar a luz de forma prematura, contemplé durante la media hora que vivió, cómo Juan era un niño precioso. Tuve la inmensa suerte de abrazar su cuerpo y pude despedirme de él. Fue una pérdida sosegada, tranquila, con el ritmo que la naturaleza marcó.

Yo, gracias a la decisión que tomé junto a mi marido, y acompañada por mi familia, por amigos y por sacerdotes muy queridos, tuve siete meses para disfrutar y despedirme de mi hijo. Pienso muchas veces qué horrible tiene que ser perder a un hijo de forma repentina sin poder decirle un “te quiero”, un «adiós”. En cierto modo, me he sentido privilegiada.
Ahora puedo hablar con mucha paz de Juan a Rodrigo, mi hijo mayor de cuatro años. Lo ha entendido perfectamente y mucho mejor que los adultos, desde la sencillez con que un niño puede entender la muerte. A menudo nombra a Juan con la sabia espontaneidad infantil y que a nosotros, aparte de dejamos perplejos, nos enseña mucho.
El nacimiento de mi hijo se encuentra anotado en el legajo de Criaturas Abortivas del Registro Civil. Esto fue y es muy doloroso para mí y mi marido. Por no haber vivido veinticuatro horas tras nacer, tal y como indica la ley actual, mi hijo es como si no hubiera existido; no puedo inscribirlo con su nombre y aparece calificado como «feto de María de Bonilla”. En este tiempo que tanto se habla de la “extensión de derechos” a mi hijo se le niega el derecho a tener un nombre.
Deseo terminar esta carta con algunas reflexiones:

– ¿Por qué el Gobierno, la Administración Pública y las autoridades médicas no informan a la mujer del síndrome Post Aborto1 con la misma premura que se informa de la posibilidad de abortar? Creo que se debe apostar en España, como se está haciendo en otros países de la Unión Europea, por un acompañamiento psicológico financiado para la mujer gestante. Probablemente, la sanidad pública se ahorraría la atención no sólo los de costes de un aborto, sino la atención psiquiátrica post-aborto que las mujeres necesitan de por vida en la mayoría de los casos.
– Paradójicamente hay muchas parejas que no pueden tener hijos y están deseando adoptar o acoger y que no lo pueden hacer puesto que en España el proceso es muy largo y complejo, y en el extranjero resulta realmente costoso para muchos. ¿No tendría mucho más sentido una política destinada a apoyar a las madres en su embarazo y facilitar la adopción y acogimiento de los recién nacidos? Se ahorrarían muchos sufrimientos y sobre todo se evitaría esa tragedia silenciosa que es la muerte de un bebé.
Termino ya, con la pregunta que me hizo una mujer a la que yo no supe qué contestar: «Me dijeron que abortar era la buena decisión. Pero no me hablaron del enorme vacío emocional y físico que iba a sentir y que me destruiría para siempre. ¿Qué puedo hacer con el dolor que siento?»

Juan y yo nos abrazamos fuertemente a la Vida y en el momento de la despedida le di las gracias por haberlo conocido y le pude susurrar un «hasta luego”.

1 El síndrome Post Aborto consta de un conjunto de secuelas que se quedan en la mujer que ha abortado de forma voluntaria. Es muy común que las mujeres tengan una reacción tardía al aborto. Pueden transcurrir de algunas semanas a muchos años antes de que aparezcan síntomas. Algunos de los síntomas psicológicos, perfectamente comprobados, son: negación, ira, culpa; incapacidad de tener relaciones en la sociedad; desespero o depresión; abuso de niños; incapacidad de perdonarse a uno mismo o a otros, pesadillas que se repiten; relaciones rotas; negación de la pena y la aflicción por el niño abortado, desórdenes en el comer; preocupación por la muerte o en el aniversario del aborto; pensamientos o tendencias suicidas. El listado de posibles secuelas físicas es enorme. Pueden obtener más información en la página de Internet. www.vidahumana.org/vidafam/aborto/riesgos-aborto.htm