Impresionante bautismo

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ARCHI_58891-1  Bendito sea Dios

DIARIOC, 24/10/2009) La foto del bautismo de Valentino Mora está recorriendo Internet, porque en el momento en que el padre Osvaldo Macaya le echa el agua bendita, el líquido que cae forma un rosario.

Esta historia se comenzó a escribir el 10 de este mes cuando en la Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora de la localidad cordobesa de Despeñaderos se celebró el bautismo de Valentino, un bebé de poco más de un mes, hijo de Erica Mora, de 21 años y mamá soltera del pequeño.

En el momento en que Valentino pasó a la Pila Bautismal para recibir el sacramento del bautismo, Erica le pidió a la fotógrafa María Silvana Salles, que se encontraba en el lugar contratada por otros papás, que tomara una foto de su hijo como un favor, ya que la joven mamá no tenía forma de pagarle.

María Silvana, tiene 30 años, y hace dos meses abrió su estudio Fotoimagenes en el bulevar San Martín de Despeñaderos.

La fotógrafa, conmovida por el pedido de Erica, accedió a tomarle una foto a Valentino.

María Silvana trabaja con una cámara tradicional y debió enviar el rollo a revelar a una casa de fotos en Córdoba.

La sorpresa fue mayor cuando le enviaron las copias y Silvana advirtió que el agua derramada de la cabecita de Valentino formaba un perfecto rosario.

Silvana fue con la foto al padre Macaya porque no daba crédito a lo que veían sus ojos.

La foto del bautismo de Valentino ha despertado la fe en los pobladores de Despeñaderos que se acercan hasta la humilde casa de Erica Mora para tocar a Valentino.

El sacerdote, en diálogo con Cadena 3 contó qué significa para él esta foto: «La fotógrafa vino muy contenta y luego la noticia se desparramó por todo el pueblo. A mí mucho no me impactan esos signos, yo me quedo con los sacramentos».

«Justamente el Evangelio de esta semana dice: ‘Esta generación perversa y malvada pide un signo y no le será dado otro porque tiene el signo de Jonás y aquí hay alguien más que Jonás, haciendo referencia a la muerte de Jesús en la Cruz para la salvación de todos'», explicó el padre Macaya.

Lo cierto es que este signo movilizó la fe de Despeñaderos, cuyos vecinos que pasan por el estudio de Silvana para comprar la foto como si se tratara de una estampita.

Por su parte María Silvana Salles en diálogo con Cadena 3 contó cómo vivió esta experiencia

«A mí me contrataron para ir a sacar fotos a un bautismo y cuando llegué a la Iglesia esta chica me pidió si le podía sacar fotos también a su hijito, yo le dije que si»

«Después mandé a revelar las fotos a Estudio A en Córdoba y cuando me llegan las fotos, me doy cuenta que hay un rosario»

«Cuando la veo me fui a hablar con el Padre (Macaya)»

«Me siento una elegida por haber sacado esa foto».

«Mucha gente viene a verla incluso de otros pueblos»

Silvana dice que esto es «una señal de que hay que creer en Dios»

Valor de la limosna

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EL VALOR DE LA LIMOSNA
— Dar no solo de lo superfluo, sino incluso de aquello que nos parece necesario.
— La limosna manifiesta nuestro amor y entrega al Señor.
— Dios recompensa con creces nuestra generosidad.
I. La liturgia de este domingo nos presenta la generosidad de dos mujeres que merecieron ser alabadas por Dios. En la Primera lectura1 leemos cómo Elías pidió de comer a una viuda que encontró a las puertas de Sarepta. Eran días de sequía y de hambre, pero aquella mujer compartió con el Profeta lo que le quedaba, hasta el último puñado de harina, y confió en las palabras de aquel hombre de Dios: La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra. Y así sucedió. Tuvo luego el honor de ser recordada por Jesús2.
El Evangelio de la Misa nos presenta al Señor sentado ante el cepillo de las ofrendas para el Templo3. Observaba cómo las gentes depositaban allí su limosna y bastantes ricos echaban mucho. Entonces se acercó una viuda pobre y echó dos monedas, que hacen la cuarta parte de un as. Se trataba de dos monedas de escaso valor. Su importancia desde un punto de vista contable era mínima, pero para Jesús fue muy grande. Mientras ella se marchaba, congregó a sus discípulos y, señalándola, dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los otros, pues todos han echado algo que les sobraba; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento. El Señor alaba en esta mujer la generosidad de las limosnas destinadas al culto y toda dádiva que nace de un corazón recto y generoso, que sabe dar incluso aquello de que tiene necesidad. Más que en la cantidad misma, Jesús se fija en las disposiciones interiores que mueven a obrar; no mira tanto “la cantidad que se le ofrece, sino el afecto con que se le ofrece”4.
La limosna, no solo de lo superfluo sino también de lo necesario, es una obra de misericordia gratísima al Señor, que no deja nunca de recompensar. “Jamás será pobre una casa caritativa”5, solía repetir el santo Cura de Ars. Su práctica habitual resume y manifiesta otras muchas virtudes, y atrae la benevolencia divina. En la Sagrada Escritura es vivamente recomendada: Nunca temas dar limosna -se lee en el libro de Tobías- porque de ese modo atesoras una buena reserva para el día de la necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas. Es un don valioso para cuantos la practican en presencia del Altísimo6. Si alguno no entendiera esta obligación o se resistiera a cumplirla se expondría a reproducir en su vida la triste figura de aquel mal rico7 que, ocupado solo en sí mismo y apegado desordenadamente a sus bienes, no acertó a ver que el Señor puso al pobre Lázaro cerca de él para que le socorriera con sus bienes.
¡Con qué alegría volvería aquella mujer a su casa, después de haber dado todo lo que tenía! ¡Qué sorpresa la suya cuando, en su encuentro con Dios después de esta vida, pudo ver la mirada complacida de Jesús aquella mañana en que hizo su ofrenda! Cada día esta mirada de Dios se posa sobre nuestra vida.
II. La limosna brota de un corazón misericordioso que quiere llevar un poco de consuelo al que padece necesidad, o contribuir con esos medios económicos al sostenimiento de la Iglesia y de aquellas obras buenas dirigidas al bien de la sociedad. Esta práctica lleva al desprendimiento y prepara el corazón para entender mejor los planes de Dios. Esta disposición del alma “lleva a ser muy generosos con Dios y con nuestros hermanos; a moverse, a buscar recursos, a gastarse para ayudar a quienes pasan necesidad. No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por un motivo de caridad, y por un motivo de justicia”8.
Los primeros cristianos manifestaron su amor a los demás viviendo con especial esmero la preocupación por atender las necesidades materiales de sus hermanos. De ahí las innumerables referencias que encontramos en los Hechos de los Apóstoles y en las Epístolas de San Pablo sobre el modo de vivir esta obra de misericordia. Hasta se sugiere la manera concreta de llevarla a cabo: El día primero de la semana, separe cada uno de vosotros lo que le parezca bien…9, escribe San Pablo a los cristianos de Corinto, No solo daban de lo que les sobraba: en muchos casos –como ocurría en Macedonia– pasaban entonces por duros momentos económicos. El Apóstol no deja de alabarlos, pues en medio de una gran tribulación con que han sido probados, su rebosante gozo y su extrema pobreza se desbordaron en tesoros de generosidad; porque doy testimonio de que según sus posibilidades, y aun por encima de ellas, nos pidieron con mucha insistencia la gracia particular de participar en el servicio de los santos10. Y no solo contribuyeron con generosidad en la colecta en favor de los cristianos de Jerusalén, sino que se dieron a sí mismos, primeramente al Señor y luego, por voluntad de Dios, a nosotros11. Quizá se refiere San Pablo a la entrega generosa a la evangelización de sus colaboradores más leales. Comentando este pasaje, Santo Tomás afirma que “así debe ser el orden en el dar: que primero el hombre sea acepto a Dios, porque si no es grato a Dios, tampoco serán recibidos sus dones”12. La limosna, en cualquiera de sus formas, es expresión de nuestra entrega y de nuestro amor al Señor, que han de ir por delante. Dar y darse no depende de lo mucho o de lo poco que se posea, sino del amor a Dios que se lleva en el alma. “Nuestra humilde entrega –insignificante en sí, como el aceite de la viuda de Sarepta o el óbolo de la pobre viuda– se hace aceptable a los ojos de Dios por su unión a la oblación de Jesús”13.
III. La limosna atrae la bendición de Dios y produce abundantes frutos: cura las heridas del alma, que son los pecados14; es “defensa de la esperanza, tutela de la fe, medicina del pecado; está al alcance de quien la quiere efectuar, grande y fácil a la vez, sin peligro de que nos persigan por ella, corona de la paz, verdadero y máximo don de Dios, necesaria para los débiles, gloriosa para los fuertes. Con ella el cristiano alcanza la gracia espiritual, consigue el perdón de Cristo juez y cuenta a Dios entre sus deudores”15.
La limosna ha de ser hecha con rectitud de intención, mirando a Dios, como aquella viuda de la que nos habla Jesús en el Evangelio; con generosidad, con bienes que muchas veces nos serían precisos, pero que son más necesarios a otros; evitando ser mezquinos o tacaños “con quien tan generosamente se ha excedido con nosotros, hasta entregarse totalmente, sin tasa. Pensad ¿cuánto os cuesta –también económicamente– ser cristianos?”16. La limosna debe nacer de un corazón compasivo, lleno de amor a Dios y a los demás. Por eso, por encima del valor material de los bienes que compartimos, está el espíritu de caridad con que realizamos la limosna, que se manifestará en la alegría y generosidad al practicarla. Así, aunque no dispongamos de muchos bienes, haremos realidad las palabras de San Pablo que hoy recoge la Liturgia de las Horas: Con la fuerza de Dios, somos los afligidos siempre alegres, los pobres que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen17. No demos nunca con mala gana o con tristeza, porque Dios ama al que da con alegría18.
Dios premiará con creces nuestra generosidad. Lo que hayamos aportado a los demás en tiempo, dedicación, bienes materiales…, el Señor nos lo devolverá aumentado. Os digo esto: quien siembra escasamente, escasamente cosechará; y quien siembra copiosamente, copiosamente cosechará19. Así multiplicó Dios los pocos bienes que la viuda de Sarepta puso a disposición de Elías, y los panes y los peces que un muchacho entregó a Jesús20 y que quizá tenía previsoramente reservados para aquella necesidad… “Esto dice tu Señor (…): Me diste poco, recibirás mucho; me diste bienes terrenos, te los devolveré celestiales; me lo diste temporales, los recibirás eternos…”21. Con gran verdad afirma Santa Teresa que “aun en esta vida los paga Su Majestad por unas vías que solo quien goza de ello lo entiende”22.
Pidamos a Nuestra Señora que nos conceda un corazón generoso que sepa dar y darse, que no escatime tiempo, ni bienes económicos, ni esfuerzo… a la hora de ayudar a otros y a esas empresas apostólicas en bien de los demás. El Señor nos mirará desde el Cielo con amor compasivo, como miró a la mujer pobre que se acercó aquella mañana al cepillo del Templo.
1 1 Rey 17, 10-16. — 2 Cfr. Lc 4, 25 ss. — 3 Mc 12, 41-44. — 4 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Epístola a los Hebreos. 1.— 5 Santo Cura de Ars, Sermón sobre la limosna. — 6 Tob 4, 8-11. — 7 Cfr. Lc 16, 19 ss. — 8 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 126. — 91 Cor 16, 2. — 10 2 Cor 8, 2-4. — 11 2 Cor 2, 5. — 12 Santo Tomás, Comentario a la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios, 2, 5. — 13 Juan Pablo II, Homilía en Barcelona, 7-XI-1982. — 14 Cfr. Catecismo Romano, IV, 14, n. 23. — 15 San Cipriano, De las buenas obras y de la limosna, 27. — 16 San Josemaría Escrivá, loc. cit. — 17 Liturgia de las Horas, Antífona de Laudes. 2 Cor 6, 10. — 18 2 Cor 9, 7. — 19 2 Cor 9, 6. — 20 Cfr. Jn 6, 9. — 21 San Agustín, Sermón 38, 8. — 22 Santa Teresa, Vida, 4. 2

Listos para morir ?

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1592 Estamos listos para morir?
Estamos listos para morir?

San Pablo nos dice en la primera lectura de hoy que mientras estamos vivos en la tierra, debemos de vivir para el Señor, y cuando muramos, debemos morir sirviéndolo también, aún en nuestros últimos suspiros.
Cómo cristianos que verdaderamente queremos vivir una vida santa, ponemos gran énfasis en vivir para el Señor, ¿pero estamos listos para morir por el Señor? ¿En servicio a los demás?
Morir por Jesús no siempre significa el martirio. Podríamos marchitarnos lentamente en un hogar de ancianos teniendo demencia que nos quite la habilidad de pensar y sin embargo morir una muerte santa. Morir como un sirviente de Dios significa que nuestra alma hace buen uso del proceso agonizante. Cada momento de nuestras vidas, incluyendo el último, debe vivirse para la gloria de Dios y los propósitos de su reino. Todo lo demás es una pérdida de oportunidades importantes.
Debemos estar contentos de que vamos a Casa con el Señor. La muerte es nuestra puerta de la tierra al cielo (que incluye el purgatorio, el purgar de lo que queda en nosotros después de la muerte que no puede entrar en el reino de Dios). Pero nuestras muertes pueden significar mucho más.
Quiero que cada momento de mi vida sea vivido para Dios, en Dios, y por medio de Dios. Quiero que cada día haga una diferencia en su reino. Y quiero que mi muerte no sea la excepción, así que yo lo he puesto a cargo de cómo, cuando y donde suceda. Yo pido que si llego a estar demente y ya no entiendo de mis alrededores, aún entonces mi alma permanezca consciente de Dios y yo pueda utilizar ese tiempo para orar por los demás.
Si sufrimos al morir, nosotros podemos pedir que nuestro sufrimiento sea unido con la Pasión de Cristo por los que necesitan todavía su redención. Por lo menos, nosotros podemos pedir que nuestra muerte sea tan pacífica, por mucho que nuestra salud llegue a empeorar, que evangelice a los que nos ven.
¿Qué tal las personas que no tienen esta actitud? En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús habla acerca del pastor que busca una oveja perdida hasta que es encontrada. Una oveja perdida es cualquiera que pertenece a Jesús pero que no lo sigue con el resto de la multitud, o que se ha escapado, engatusada por los caminos del mundo. Por si conoces a alguien así, recuerda la promesa de esta escritura. Reza por esa persona así: «Señor Jesús, no permitas que – (el nombre) – muera hasta que él/ella esté listo para ser encontrado por TI». ¡Esta oración siempre es contestada!
Jesús se MANTENDRA buscando y llamando a esa persona. El no se dará por vencido. Porque tus oraciones están unidas a las oraciones de Jesús mismo, el Padre Dios, no permitirá que la muerte llegue antes de que Jesús tenga a esa persona fuera de peligro y en sus brazos. Quizás suceda al momento de su muerte, o quizás más pronto, pero SI sucederá.
Yo he presenciado esto en alguien cuya mente estaba perdida a la enfermedad de Alzheimer. Aún en la niebla cerebral de esta enfermedad, él se abrió al amor de Dios durante las últimas dos semanas de su vida. ¡Dios es impresionante! ¡El siempre cumple sus promesas!