Nació en 1506 en la localidad navarra de Javier (España). De familia pudiente, cursó sus estudios en la novedosa universidad de París. Allí coincidió con Íñigo de Loyola, quien minará el ánimo estudiantil de Javier para convencerle finalmente de la temporalidad de los bienes terrenales (“Javier, de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma”) y de la ingente labor que quedaba para hacer llegar el menaje de Cristo a todos los pueblos. De arrolladora energía, trabaja en la fundación de la Compañía de Jesús (los Jesuitas) e inicia una incansable labor de evangelización. Su periplo le llevará por medio mundo, desde el cabo de Buena Esperanza hasta La India o El Japón, dejando profundas huellas en todas las ciudades que pisó. Deseoso de seguir difundiendo el mensaje de Jesús, muere a las puertas de China tal día como hoy en 1552. Es patrón de las misiones y de la Comunidad Foral de Navarra.
Tierras del lejano Oriente conocieron la figura de Cristo y millares de sus gentes le siguieron gracias al sobrehumano esfuerzo apostólico de Javier, apoyado por la corona portuguesa y animado con el aliento del papado.
Las dificultades de las comunicaciones fueron la causa de que la noticia de su muerte llegara a Roma con tres años de retraso. Cuando acariciaba el sueño de entrar en China, en la isla de Sancián, dentro de una cabaña de ramas y arcilla, enfermo de pulmonía, moría Javier con sólo cuarenta y seis años.
Fue canonizado el 12 de marzo de 1622 junto con San Ignacio de Loyola, San Felipe Neri, Santa Teresa de Jesús y el santo de Madrid, San Isidro Labrador. ¡Buen grupo formado por cuarteto español y solista italiano!
Es patrono de las misiones en Oriente y comparte el patronato universal de las misiones católicas con Teresa de Lisieux.
No se sabe con qué pretensión pusieron algunos tanto énfasis en tacharlo de aventurero, poco constante e impetuoso temerario. Puede que juzgue así el tibio, el envidioso o el indiferente, pero no pasarían más allá de unas afirmaciones sin fundamento. Quizá sólo sea el afán de originalidad en el ejercicio de la crítica «ilustrada», o la búsqueda del nombre propio, o la concepción del apostolado concebido por algunos de modo tan particular que se torna exclusivo y excluyente del que hacen los demás, como si el soplo del Espíritu tuviera que estar controlado por su esquema personal. De todos modos, siempre han existido los «prudentes» y hasta los ha habido «muy prudentes» quienes, lógicamente, han corrido el riesgo de que otros llamaran a su prudencia pereza, y a su mucha prudencia cobardía; porque, puestos a pensar, siempre ha habido para todos los gustos ¿verdad? Después de todo, las cosas no son como a uno les gustaría verlas, sino como son; y a fuer de sinceros, Javier es santo ante Dios y ante los hombres, mientras que sus detractores, sólo dijeron cosas.
Javier pertenecía a una familia navarra de clase. Su padre, don Juan de Jassu, es doctor por Bolonia en ambos derechos y experto en negociaciones políticas entre reyes y reinos. Su madre es María de Azpilcueta, de la casa solar del valle del Baztán, heredera de la posesión de Javier. El hijo nació el día 7 de abril de 1506 en el castillo de su familia, cuando aún no se habían ido al traste las instituciones políticas, ni se había arruinado el castillo familiar.
París le conoció como alumno y le poseyó como maestro en el período de once años (1525-1536). Reside en el colegio de Santa Bárbara, patrocinado por el rey de Portugal. Se gradúa en Letras, es licenciado en Filosofía y hace los estudios teológicos hasta el año 1536 con la salsa de luchas intelectuales avivadas por el protestantismo naciente que encontró una de sus principales barreras en la universidad de París.
El contacto con estudiantes como el saboyano Cornelio Fabro y el valenciano Juan de la Peña produce un cambio de esquema en su mente, abriendo el campo de sus aspiraciones eclesiásticas terrenas a otro nivel superior en el que entra ya la aspiración a la santidad. Si se añade como colofón el trato con Iñigo de Loyola se entiende mejor la transformación, a pesar de que la distancia en cuestiones políticas entre Ignacio y Javier fueran diametralmente opuestas.
Hace los primeros votos en Montmartre el 15 de agosto de 1534. Luego está en Roma con el fundador, haciendo unos meses de secretario. Recibe la ordenación sacerdotal en Venecia, el año 1537 y destaca por su afán de santidad y disponibilidad para el apostolado.
Un día interviene el embajador lusitano, Pedro Mascareñas, y hay revuelo. Venía orientado desde París donde le dijeron que aquél incipiente grupo de seguidores de Ignacio tiene la garra y carisma suficiente para colmar las aspiraciones del rey de Portugal, don Juan III, quien tiene en ese momento proyectos de atender, consolidar y extender sus posesiones de Ultramar, tanto en las Indias como en Brasil.
Como el papa Paulo III acepta el plan y lo apoya, no hay mucho más que hablar. Javier pasa un año en Portugal para familiarizarse con la lengua y las costumbres, sin que pase desapercibida su presencia y trabajo en la Corte, logrando por méritos propios la confianza del rey y sus ministros.
Al embarcar para Goa lleva amplísimas facultades que le facilitarán la realización de su labor sin trabas; es legado papal y nuncio por breves pontificios expedidos en la Curia y lleva, además, el encargo oficioso del rey para poner orden y concierto en los asentamientos ya instalados.
Parte en 1542; después del gran éxito en Goa durante cinco meses, extendió su labor al sur de la India y a Ceilán (hoy Sri Lanka), donde convirtió a decenas de miles de personas; también en Malabar, Travancor, y Meliapur. En 1545 Malaca verá su figura enseñando el catecismo predicando por todos sitios; buen púlpito serán las plazas y las calles. Misionero sin límites geográficos irá a las islas Amboino, Cerán, Ternate, Tidoro y las islas del Moro. No lo tendrá fácil -a pesar de sus papeles y credenciales- con las dificultades y obstáculos que le ponen los mercaderes en Ceilán. No siempre y todo es llegar a gentes nuevas; a veces regresa y visita las comunidades primeras, compone catecismos, reagrupa a los cristianos, hace lo que puede para organizarlos y dejarlos preparados para que los pueda atender el clero que viene detrás. Es el primer misionero del Japón, cuando pisa Kagoshima en agosto del 1549, acompañado de otro jesuita y un hermano lego; después de aprender japonés durante un año, la táctica es la misma, predicación sencilla del evangelio con paciencia y caridad. En 1551, cuando abandonó Japón, había fundado una pujante comunidad cristiana. A veces hubo bautismos en masa, porque su impaciencia divina provoca una conmoción espiritual. Le llegó el nombramiento de Provincial cuando estaba en estas lides evangelizadoras.
Embarcado para Sancian (Shuangzhong), le animaba la esperanza de llegar a la China; joven le pilló el cariño de Dios, que fue siempre su patrón, cuando le llamó. Año 1552. Su cuerpo incorrupto se conserva en Goa, en la iglesia del Buen Jesús.
Los misioneros van en las manos de Dios como Francisco Javier, llamado el Apóstol de la Indias; con la confianza puesta en el soplo del Espíritu; si las velas están desplegadas y el soplo es fuerte, se llega pronto y a muchos.
Oración a San Francisco Javier
Oh Dios, que quisiste agregar a tu Iglesia las naciones de las Indias por la predicación y por los milagros de San Francisco Javier: concédenos que, pues veneramos la gloria de sus insignes merecimientos, imitemos, también los ejemplos de sus heroicas virtudes. Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.