San Enrique

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Emperador
Año 1204

En verdad que es difícil encontrar gobernantes
de una santidad como la de este gran Emperador.
Que Dios nos mande muchos jefes de nación como San Enrique.

Enrique significa: «Jefe Poderoso
Este es el único emperador declarado santo por la Iglesia Católica.
Tuvo la gran suerte de pertenecer a una familia sumamente religiosa.
Su hermano Bruno fue obispo. Su hermana Brígida fue monja. La otra
hermana, Gisela, fue la esposa de un santo, San Esteban, rey de
Hungría. Y la mamá de Enrique lo confió desde muy jovencito bajo la
dirección de otro fervoroso personaje, San Wolfgan, obispo de
Ratisbona, el cual lo educó de la mejor manera que le fue posible.

Un aviso que lo llevó a la santidad:

Al poco tiempo de haberse muerto su gran maestro, San Wolfgan, vio
Enrique que se le aparecía en sueños y escribía en una pared esta
frase: «Después de seis». Él se imaginó que le avisaban que dentro de
seis días iba a morir y se dedicó con todo su fervor a prepararse para
bien morir. Pero pasaron lo seis día y no se murió. Entonces creyó que
eran seis meses los que le faltaban de vida, y dedicó ese tiempo a
lecturas espirituales, oraciones, limosnas a los pobres, obras buenas
a favor de los más necesitados y cumplimiento exacto de su deber de
cada día. Pero a los seis meses tampoco se murió. Se imaginó que el
plazo que le habían anunciado eran seis años, y durante ese tiempo se
dedicó con mayor fervor a sus prácticas de piedad, a obras de caridad
y a instruirse ejercer lo mejor posible sus oficios, y a los seis
años… lo que le llegó no fue la muerte sino el nombramiento de
Emperador. Y este aviso le sirvió muchísimo para prepararse sumamente
bien para ejercer tan alto cargo.

Emperador Guerrero.

Enrique cumplió lo que su nombre significa en alemán: jefe poderoso.
Pues empezó siendo simplemente rey (o gobernador) de un departamento
del sur de Alemania, Baviera. Y allí ejerció su autoridad con agrado
de todos , llegando a ser enormemente estimado por su pueblo. Pero de
pronto se murió el Emperador Otón III, su primo, sin dejar herederos,
y entonces los principes electores juzgaron que ningún otro estaba
mejor preparado para gobernar Alemania y a las naciones vecinas que el
buen Enrique, tan apreciado por sus súbditos. Y llegó así a aquel
altísimo cargo.
Pero por todas partes estallaban revueltas y revoluciones, y el nuevo
emperador tuvo que organizar un poderoso ejército para ir calmando a
los revoltosos. Y resultó ser un gran guerrero. Dominó las revueltas
nacionales y las de Polonia y se hizo respetar por todos los países
vecinos.

Liberador del Papa.

Y sucedió que en Roma un anticristo se atrevió a quitarle el puesto al
Papa Benedicto VIII. Éste pidió auxilio a Enrique, el cual con un
fortísimo ejército invadió a Italia, derrotó a los enemigos del
Pontífice y le restituyó su alto cargo. En premio por todo esto, el
Papa Benedicto lo coronó solemnemente en Roma como Emperador de
Alemania, Italia y Polonia.

Enrique el piadoso.

La gente lo llamaba así porque en todas partes lo que buscaba era
extender la religión y hacer que las gentes amaran más a Nuestro
Señor.
Para conceder como esposa a su hermana Gisela, al rey Esteban de
Hungría le puso como condición a dicho mandatario que propagara el
catolicismo por todo su reino, lo cual cumplió Esteban de manera
admirable.
Por todas partes levantaba templos, construía conventos para
religiosos y apoyaba a cuantos se dedicaban a evangelizar. A los
templos les regalaba cálices, ornamentos y demás objetos para que el
culto resultara muy solemnemente, y dejaba donaciones para que
celebraran misas por sus intenciones.
En su viaje a Italia se sintió sumamente enfermo y se fue en
peregrinación a Monte Casino, y allá rezando con toda fe a San Benito
consiguió su curación.
Reunía a los obispos y sacerdotes para estudiar los métodos que
consiguieran una mayor santidad para el clero. Delante de los obispos
se arrodillaba con toda humildad, como cualquier sencillo creyente.

Padre de los pobres y amigo del pueblo.

Pocos gobernantes que hayan gozado de una manera tan extraordinaria de
cariño de su pueblo, como San Enrique. Un día, a un empleado que le
aconsejaba tratar con crueldad a los revoltosos, le respondió: «Dios
no me dio autoridad para hacer sufrir a la gente, sino para tratar de
hacer el mayor bien posible.»
Fue un verdadero padre para sus súbditos. La fama de su bondad corrió
pronto por toda Alemania e Italia, ganándose la simpatía general. En
sus labores caritativas le ayudaba su virtuosa esposa, Santa
Cunegunda, mujer ejemplarísima en todo.

Buscador de la paz.

Decía siempre que lo que más deseaba para su nación, después de la fe,
era la paz. Con los gobernantes vecinos trató de conservar muy buenas
relaciones de amistad, y a los súbditos revoltosos, fácilmente los
perdonaba y volvían a ser sus amigos. Pocos gobernantes han logrado
ganarse como Enrique el amor de sus gobernados, y la gente bendecía a
Dios por haberle concedido un mandatario tan comprensivo.
Murió el 13 de julio del año 1204, y poco antes de morir contó a sus
familiares que con su esposa Santa Cunegunda había hecho voto de
virginidad, y que habían vivido siempre como dos hermanos.

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