Bendice las vacaciones , señor

      4 comentarios en Bendice las vacaciones , señor

De los muchos viajeros que emprendemos hoy viajes por España y el mundo, para que circulemos con precaución y que lleguemos sanos y salvos.

A la vez te pido Señor por la santidad de nuestras vacaciones, para que las vivamos de esta manera y en humildad y mirando al Cielo.
Que el mundo no nos tiente ni despiste.
Amén +

San Ignacio de Loyola

      1 comentario en San Ignacio de Loyola

Ignacio de Loyola (Azpeitia, 1491 – Roma, 31 de julio de 1556) fue un militar y luego religioso español, fundador de la Compañía de Jesús, de la que fue el primer general. Ha sido declarado santo por la Iglesia católica.

Unknown-3
Inició su carrera como soldado pero a los treinta años resultó herido de gravedad en una batalla. Este hecho sería determinante en su vida, pues la lectura durante su convalecencia de libros religiosos lo llevaría a profundizar en la fe católica y a la imitación de los santos. Propuso entonces peregrinar a Jerusalén, para lo cual necesitaba llegar antes a Roma, pero antes pararía en Montserrat y Manresa, donde comenzó a desarrollar sus Ejercicios espirituales, base de su espiritualidad.3

A su vuelta de Tierra Santa, comenzó sus estudios y a dedicarse a la predicación, basándose en el método de sus Ejercicios. Sus actividades le hicieron sospechoso de heterodoxo e incluso llegó a ser procesado en distintas ocasiones. Tras ver cerradas las puertas a la predicación, decidió continuar sus estudios en París, donde cursó filosofía y tuvo por compañeros a Pedro Fabro y Francisco Javier, entre otros.3

Ignacio y sus compañeros acabaron pronunciando un voto de pobreza, iniciaron la Compañía de Jesús y decidieron peregrinar a Jerusalén, pero esta empresa resultó imposible y finalmente optaron por ponerse a disposición del papa. Ignacio partió a Roma junto con Pedro Fabro y Diego Laínez, experimentando durante todo el viaje multitud de sentimientos espirituales y una especial confianza en que Dios les sería favorable en esa ciudad.3

Allí se dedicó a impartir sus Ejercicios, pero pronto sufrió las críticas de personalidades influyentes que infundaron rumores en su contra, acusándolo de ser un fugitivo de la Inquisición. Para impedir que las acusaciones prosperasen y acabasen impidiendo su actividad, Ignacio quiso que se abriese un proceso formal para así ser declarado públicamente inocente.3

Después de esto se procedió a designar al primer General de la Compañía de Jesús, resultando Ignacio elegido unánimemente por sus compañeros. Sin embargo, rechazó la designación y pidió que la votación se repitiese tras madurarlo más profundamente. Volvió a ser elegido en segunda votación y, tras reflexionar y confesar sus pecados, finalmente aceptó.3

Estuvo quince años al frente de la Compañía de Jesús como General, permaneciendo en Roma. Murió el 31 de julio de 1556 y su cuerpo, que fue inicialmente sepultado en la iglesia de Santa Maria de la Strada, fue trasladado a la iglesia del Gesù, sede la Compañía. El papa Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622 junto con Francisco Javier, Felipe Neri, Teresa de Jesús e Isidro Labrador.3

Nombre

Nacido Íñigo López de Loyola según fuentes jesuitas,1 4 las referencias de la propia de la Compañía de Jesús nombraron también en ocasiones a Ignacio como Íñigo López de Recalde, aunque este nombre al parecer se lo dio por error un copista. Entre 1537 y 1542 cambió el nombre de Íñigo por el de Ignacio, como él mismo decía, «por ser más común a las otras naciones» o «por ser más universal».

Es también conocido por la versión latina de su nombre, Ignatius de Loyola. Íñigo es una variación vasca de Eneko y por él lo conocieron y trataron gran parte de su vida; él mismo, por decisión personal, lo cambió por el de Ignacio —Ignatius— latino, cuando se graduó de Magister. No está muy claro el momento en que se muda el nombre de Íñigo por el de Ignacio.

En los primeros años tras su conversión, firmaba sus cartas como «De bondad pobre, Íñigo». En 1537 aparece por primera vez el nombre de Ignacio en sus cartas, firmando en latín. Desde entonces, aparecen en sus escritos ambos nombres: cuando escribe y firma en castellano, usa «Íñigo», y cuando lo hace en latín o italiano, escribe «Ignacio».

Y desde 1542 desaparece el «Íñigo», que reaparece sólo en una ocasión, en recado escrito por Fr. Barberá en 1546. Fuera de este caso, en los catorce años últimos de su vida siempre firmó como «Ignacio».

Algunas hipótesis apuntan a que el cambio de nombre fue debido a la devoción que Íñigo tenía a San Ignacio de Antioquía, pero no hay datos que puedan confirmarlo.2

Biografía

Niñez
Era el hijo menor de ocho hijos, Ignacio no fue secundario en su familia. Su destino estaba claro: ser hombre de armas o dedicarse a Dios. Su niñez la pasó en el valle de Loyola, entre las villas de Azpeitia y Azcoitia, en compañía de sus hermanos y hermanas. Su educación debió ser marcada por las directrices del «duro mandoble» y del «fervor religioso», aunque nada cierto se sabe de la misma.

Juventud

El año 1507 coincidiendo con la muerte de su madre, el Contador Mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuéllar, pide al Señor de Loyola que le mande un hijo suyo para tenerlo como propio. Entre los hermanos se decide mandar al menor, a Íñigo, que va a Arévalo, donde pasaría un mínimo de once años, hasta 1517, realizando frecuentes viajes a Valladolid y manteniéndose siempre muy cerca de la Corte, ya que su protector era Consejero Real, además de Contador.

En este tiempo aprende lo que un gentilhombre debe saber, el dominio de las armas. La biblioteca de Arévalo era rica y abundante, lo que dio alas a su afición por la lectura y, en cuanto a la escritura, no dejó de pulir su buena letra. Se le consideró «un muy buen escribano». Él mismo se califica en esos tiempos como «dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra». En 1517 Velázquez de Cuéllar cae en desgracia, al morir Fernando el Católico, y al año muere. Su viuda, María de Velasco, manda a Íñigo a servir al duque de Nájera, Antonio Manrique de Lara, que era virrey de Navarra, donde dio muestras de tener ingenio y prudencia, así como noble ánimo y libertad. Esto quedó reflejado en la pacificación de la sublevación de Nájera en la Guerra de las Comunidades de Castilla (1520–1522), así como en conflictos entre villas de Guipúzcoa, en los cuales destaca por su manejo de la situación.

En 1512 las tropas castellanas conquistan el Reino de Navarra, con varios episodios bélicos posteriores. En 1521 se produce una incursión de tropas franco-navarras procedentes de Baja Navarra en su intento de reconquista y expulsión del invasor, en las que participaban los hermanos de Francisco Javier. Al mismo tiempo se subleva la población de varias ciudades, incluida la de Pamplona. Iñigo, que lucha con el ejército castellano y se encuentra en Pamplona en mayo de ese año, cuando llegan las tropas franco-navarras, resiste en el castillo de la ciudad, que es asediado, arengando a sus soldados a una defensa que resultaba imposible.5 En el combate es alcanzado por una bala de cañón que pasa entre sus dos piernas, rompiéndole una e hiriéndole la otra. La tradición sitúa el hecho el 20 de mayo de 1521, lunes de Pentecostés. El castillo cae el 23 ó 24 del mismo mes y se le practican las primeras curas y se le traslada a su casa de Loyola.

La recuperación es larga y dolorosa, y con resultado dudoso, al haberse soldado mal los huesos. Se decide volver a operar y cortarlo, soportando el dolor como una parte más de su condición de caballero.

En el tiempo de convalecencia, lee los libros La vida de Cristo, del cartujo Ludolfo de Sajonia, y el Flos Sanctorum, que hacen mella en él. Bajo la influencia de esos libros, se replantea toda la vida y hace autocrítica de su vida como soldado. Como dice su autobiografía:

Y cobrada no poco lumbre de aquesta leción, comenzó a pensar más de veras en su vida pasada, y en quánta necesidad tenía de hacer penitencia della. Y aquí se le ofrecían los deseos de imitar los santos, no mirando más circunstancias que prometerse así con la gracia de Dios de hacerlo como ellos lo habían hecho. Mas todo lo que deseaba de hacer, luego como sanase, era la ida de Hierusalem, como arriba es dicho, con tantas disciplinas y tantas abstinencias, cuantas un ánimo generoso, encendido de Dios, suele desear hacer.
Este deseo se ve acrecentado por una visión de la Virgen con el Niño Jesús, que provoca la definitiva conversión del soldado en religioso. De allí sale con la convicción de viajar a Jerusalén con la tarea de la conversión de los no cristianos en Tierra Santa.

Aspiraciones religiosas

En Barcelona se hospeda en el Monasterio de Montserrat de los benedictinos (25 de marzo de 1522), donde cuelga su vestidura militar frente a la imagen de la Virgen y abandona el mismo con harapos y descalzo. De esa forma llega a Manresa, donde permanecerá por diez meses, ayudado por un grupo de mujeres creyentes, entre las cuales tiene fama de santidad. En este período vive en una cueva en donde medita y ayuna. De esta experiencia nacen los Ejercicios espirituales, que serán editados en 1548 y son la base de la filosofía ignaciana.

En Manresa se produce el cambio drástico de su vida, «cambiar el ideal del peregrino solitario por el de trabajar en bien de las almas, con compañeros que quisiesen seguirle en su camino».

Llega a Roma y, seguidamente, el 4 de septiembre de 1523 a Jerusalén, de donde tiene que volver a Barcelona.

Su amiga Isabel Roser le aconseja que inicie estudios. Aprende latín y se inscribe en la universidad. Estudia en Alcalá de Henares desde 1526 a 1527; vivió y trabajó en el Hospital de Antezana como enfermero y cocinero para los enfermos. Posteriormente, va a Salamanca, hablando a todos sobre sus ejercicios espirituales, cosa que no es bien vista por las autoridades y le acarrea algunos problemas, y lo llegan a encarcelar por algunos días. En vista de la falta de libertad para su plática en España, decide irse a París.

Estudios en París

En febrero de 1528 entra en la Universidad de París, donde permanece por más de siete años, aumentando su educación teológica y literaria, y tratando de despertar el interés de los estudiantes en sus ejercicios espirituales.

Para 1534, tenía seis seguidores clave: Francisco Javier, Pedro Fabro, Alfonso Salmerón, Diego Laínez, Nicolás de Bobadilla y Simão Rodrigues (portugués).

Fundación de la Compañía de Jesús

Basílica de Loyola (Azpeitia, País Vasco. España).
Viaja a Flandes e Inglaterra para conseguir dinero para su obra. Tiene ya muy perfilado el proyecto y los compañeros que le siguen. El día 15 de agosto de 1534 los siete juran en Montmartre «servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo» y fundan la Sociedad de Jesús, que luego sería llamada la Compañía de Jesús. Deciden viajar a Tierra Santa y, si no pueden, ponerse a las órdenes del Papa.

Ignacio parte a su tierra, por motivos de salud, y está por un período de tres meses. Luego hace varias visitas a los familiares de sus compañeros, entregando cartas y recados, y se embarca para Venecia, donde pasa todo el año de 1536, que aprovecharía para estudiar. El 8 de enero de 1537 llegan los compañeros de París.

El Papa Paulo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebrará la primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedican a predicar y al trabajo caritativo en Italia. Parte a Roma a pedir permiso para ir a Jerusalén y se lo dan, pero por problemas bélicos no pueden llegar y se ponen a las órdenes del Papa.

En el viaje a Roma sucede un hecho importante en la vida de Ignacio. En La Storta, localidad al norte de Roma, tiene una experiencia espiritual de excepcional trascendencia, que su autobiografía recoge así:

Tuvo tal mutación en su alma y ha visto tan claramente que el Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no sería capaz de dudar de que el Padre le ponía con su Hijo. Con esta expresión reveló la unión que desde entonces sintió con Cristo. Laínez completó estos datos, añadiendo que la visión fue trinitaria, y que en ella el Padre, dirigiéndose al Hijo, le decía: «Yo quiero que tomes a éste como servidor tuyo» y Jesús, a su vez, volviéndose hacia Ignacio, le dijo: «Yo quiero que tú nos sirvas».
Esto determinará la fundación de la Compañía de Jesús, sería el remate a lo que comenzó en Manresa con los ejercicios espirituales. La directriz era clara: ser compañeros de Jesús, alistados bajo su bandera, para emplearse en el servicio de Dios y bien de los prójimos.

En octubre de 1538, Ignacio se encaminó hacia Roma, junto con Fabre y Laínez, para la aprobación de la constitución de la nueva orden. Un grupo de cardenales se mostró a favor de la constitución y Paulo III confirmó la orden mediante la bula Regimini militantis (27 de septiembre de 1540), pero limitaba el número de sus miembros a sesenta. Esta limitación fue revocada a través de la bula Injunctum nobis (14 de marzo de 1543). Así nacía la Societas Iesu, la Compañía de Jesús o, como se le conoce comúnmente, «los Jesuitas».

Superior General de los Jesuitas

Ignacio fue elegido Superior general de su orden religiosa. Envió a sus compañeros como misioneros por Europa para crear escuelas, universidades y seminarios donde estudiarían los futuros miembros de la orden, así como los dirigentes europeos.

En 1548, sus Ejercicios espirituales fueron finalmente impresos y fue llevado incluso a la Inquisición romana, pero fue rápidamente dejado libre.

Ignacio, con la ayuda de su secretario Juan Alfonso de Polanco, escribió las Constituciones jesuitas, adoptadas en 1554, las cuales crearon una organización monacal, exigiendo absoluta abnegación y obediencia al Papa y superiores (perinde ac cadaver, «disciplinado como un cadáver»). Su principio fundamental se volvió el lema jesuita: Ad maiorem Dei gloriam («A mayor gloria de Dios»).

Los jesuitas jugaron un papel clave en el éxito de la Contrarreforma.

La Compañía se extiende por Europa y por todo el mundo y solamente está obligada a responder de sus actos ante el Papa.

En 1551 Ignacio de Loyola quiere que se le sustituya al frente de la Compañía, pero su solicitud de renuncia es rechazada. Al año siguiente muere Francisco Javier, a quien Ignacio tenía en mente para su sustitución.

Surgen divergencias en el seno de la dirección de la Compañía. Simão Rodrigues, uno de los fundadores, se rebela contra Ignacio desde Portugal, Bobadilla critica el modo de mando de Ignacio, y su amiga Isabel Roser quiere fundar una compañía femenina, a lo que Ignacio se niega.

Dirige la Compañía desde su celda en Roma y va ordenando todo lo que ha ido creando hasta poco antes de su muerte. La Compañía crece y pasa a tener miles de miembros, a la vez que se granjea muchos amigos y enemigos por todo el mundo.

Muere el 31 de julio de 1556, en el transcurso de una enfermedad en su celda de la sede de los Jesuitas en Roma.

Nunca la guerra ¡

      3 comentarios en Nunca la guerra ¡

«Hermanos y hermanas ¡nunca la guerra! ¡nunca la guerra!. Pienso sobre todo en los niños a los que se les arrebata la esperanza de una vida digna, de un futuro: niños muertos, niños heridos, niños mutilados, niños huérfanos, niños que tienen como juguetes residuos bélicos, niños que no saben sonreír ¡Deténgase por favor! ¡Se lo pido con todo el corazón! ¡Es hora de detenerse! ¡Deténgase por favor!»

Papa Francisco, Ángelus , 27.Jul.2014

Santa María Josefa Rosello

      1 comentario en Santa María Josefa Rosello

Santa María Josefa Rosello
Fundadora de las Hermanasde la Misericordia.
Año 1880

Que la Divina Providencia de Dios
envíe a su santa Iglesia muchas «capitanas» que,
como María Josefa Rosello, se dediquen a
llenar el mundo de obras de caridad.

Dijo Jesús: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio».

Esta activísima mujer tuvo el consuelo de que al morir ya había
fundado 66 conventos de su comunidad. Es la fundadora de las Hermanas
de la Misericordia.
En un retrato que le fue tomado, la santa aparece con un rostro
firmemente perfilado y lleno de energía; sereno, y con la alegría de
quien espera conseguir nuevos triunfos.

María Josefa nació en 1811 en Abisola, Italia, de familia pobre.
Cuando todavía era muy jovencita, su papá la llamaba «la pequeña
capitana», porque demostraba tener cualidades de líder y ejercía mucha
influencia entre sus compañeras.

Un día todas las personas mayores del pueblo dispusieron irse en
peregrinación a visitar un santuario de la Virgen, en otra población.
Cuando ya los mayores se habían marchado, María Josefa organizó a las
niñas de la población y con ellas se fue cantando y rezando, en
peregrinación al templo del pueblo. Un joven subió a la torre e hizo
repicar las campanas, y así también los menores tuvieron su fiesta
religiosa.

Un par de esposos muy ricos sufrían porque el marido estaba paralizado
y no tenían quien le hiciera de enfermera. Averiguaron qué mujer había
de absoluta confianza y les recomendaron a Josefa. Y ella atendió con
el más esmerado cariño al pobre paralítico durante ocho años. Los
esposos en pago a tantas bondades, dispusieron hacerla heredera de sus
cuantiosos bienes. Pero la joven les dijo que solamente había hecho
esto por amor a Dios, y no les recibió nada.

Nuestra joven sentía un gran deseo de dedicarse a llevar una vida de
soledad y oración, pero su confesor le dijo que eso no era lo mejor
para su temperamento emprendedor. Entonces al saber que el señor
obispo de Savona estaba aterrado al ver que había tantas niñas
abandonadas por las calles, sin quién las educara, se le presentó para
ofrecerle sus servicios. Al prelado le pareció muy buena su oferta y
la encargó de conseguir otras jovenes que quisieran dedicarse a la
educación de niñas abandonadas. Y así en 1837 con ella y varias de sus
amigas quedó fundada la congregación de Nuestra Señora de la Merced o
de las Misericordias, con el fin de atender a las jóvenes más pobres.

Con unos muebles viejos, una casona casi en ruinas, cuatro colchones
de paja extendidos en el suelo, unos kilos de papas, un crucifijo y un
cuadro de la Santísima Virgen, empezaron su nueva comunidad. Y Dios la
bendijo tanto, que ya en vida de la fundadora se fundaron 66 casas de
la comunidad. Sus biógrafos dicen que María Josefa no hizo milagros de
curaciones, pero que obtuvo de Dios el milagro de que su congregación
se multiplicara de manera admirable. Cada vez que tenía unos centavos
sobrantes en una casa, ya pensaba en fundar otra para las gentes más
pobres.

La esposa del paralítico al cual ella había atendido con tanta caridad
cuando era joven, le dejó al morir toda su grande herencia y con eso
pudo pagar terribles deudas que tenía y fundar nuevas casas.

La Madre Josefa tenía una confianza total en la Divina Providencia, o
sea en el gran amor generoso con que Dios cuida de nosotros. Y aún en
las circunstancias más difíciles no dudaba de que Dios iba a
intervenir a ayudarla, y así sucedía.

En su escritorio tenía una calavera para recordar continuamente en que
terminan las bellezas y vanidades del mundo.

Durante 40 años fue superiora general, pero aún teniendo tan alto
cargo, en cada casa donde llegaba, se dedicaba a ayudar en los oficios
más humildes: lavar, barrer, cocinar, atender a los enfermos más
repugnantes, etc.

Ante tantos trabajos y afanes se enfermó gravemente. El obispo se dio
cuenta de que se trataba de cansancio y exceso de trabajo. La envió a
descansar varias semanas, y volvió llena de salud y de energías para
seguir trabajando, por el Reino de Dios.

Los misioneros encontraban muchas niñas abandonadas y en graves
peligros y las llevaban a la Madre Josefa. Y ella, aun con grandes
sacrificios y endeudándose hasta el extremo, las recibía gratuitamente
para educarlas.

Su gran deseo era el poder enviar misioneras a lejanas tierras. Y la
ocasión se presentó en 1875 cuando desde Buenos Aires, Argentina, le
rogaron que enviara a sus religiosas a atender a las niñas
abandonadas. Y coincidió el envío de sus primeras misioneras con el
primer grupo de misioneros salesianos que enviaba San Juan Bosco. Así
que ellas en el barco recibieron la bendición y los consejos de este
gran santo que estaba ese día despidiendo a sus primeros misioneros
salesianos.

También en América sus religiosas fueron fundando hospitales, casas de
refugio y obras de beneficiencia.

Sus últimos años padeció muy dolorosas enfermedades que la redujeron
casi a total quietud. Y llegaron escrúpulos o falsos temores de que se
iba a condenar. Era una pena más que le permitía Dios para que se
santificara más y más. Pero venció esas tentaciones con gran confianza
en Dios y murió diciendo: «Amemos a Jesús. Lo más importante es amar a
Dios y salvar el alma». El 7 de diciembre de 1880 pasó a la eternidad.
En 1949 fue declarada santa.