San Pedro
APÓSTOL
Año 64
Pedro arrepentido,
Pedro el preferido del Señor,
Pedro el entusiasta por Cristo Jesús, pídele al Señor un amor hacia
el Salvador,
tan fuerte y tan generoso
como el amor que por Cristo Jesús ardió en tu gran corazón.
Un día estando San Juan Bautista con algunos discípulos, vio a Jesús y
señalándolo dijo: «He aquí el Cordero de Dios»
Oyéndolo, dos discípulos se fueron tras Él. Y Jesús volviéndose, les
dijo «¿Qué buscáis?» Ellos le dijeron: «Maestro, ¿dónde vives?» Y el
contestó: «Venid y lo veréis». Se fueron con Jesús y se quedaron con
Él todo aquel día.
Uno de los dos discípulos era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Él,
al primero que halló, después de haber estado con Jesús, fue a Simón,
su hermano, a quien le dijo que habían encontrado al Mesías. Simón
escuchó con mucha atención a su hermano y quiso verle también, por lo
que los dos se fueron en busca de Jesús.
Cuando llegaron donde El estaba, Jesús fijó en Simón su mirada y le
dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan. Tú serás llamado Cefas, que
quiere decir Pedro o piedra…».
Un día, preguntó Jesús a sus discípulos: «¿Quién dicen las gentes que
es el Hijo del Hombre?» Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres
Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o uno de los
profetas».Jesús añadió: «Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?» Tomando
la palabra, Simón dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»
(Este es el primer dogma definido por el Papa, asistido del Espíritu
Santo), por eso, Jesús le respondió: «Bienaventurado eres, Simón
porque esta verdad no te la ha revelado la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre
esta piedra, Yo edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no
prevalecerá contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los
cielos; y todo lo que atares sobre la tierra será también atado en los
cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra será también desatado
en los cielos».
Atar significa el poder que tiene el Papa para imponer leyes o deberes
que obligan en conciencia, como el de oír misa los domingos, etc. Y
desatar es la misma autoridad y poder que le dio Jesucristo para poder
anular algunas obligaciones que él puede derogar.
El Papa es el vicario de Jesucristo y puede imponer leyes en su
nombre, como son los cinco mandamientos de la Santa Iglesia. Y los
demás obispos tienen la misma autoridad de los Apóstoles, porque son
sus sucesores.
A los apóstoles, les dijo Jesús: «Quien a vosotros os recibe, a mí me
recibe… El que a vosotros os escucha, a mí me escucha; y el que os
desprecie, a mí me desprecia… Se le perdonarán los pecados a aquellos
a quienes vosotros se los perdonéis, y no se le perdonarán a aquellos
a quienes vosotros no se los perdonéis».
Cuando Jesucristo eligió a San Pedro para que fuera Papa, sabía que
cometería un grave pecado; y sin embargo no eligió a otro apóstol,
sino a él. Por eso le dijo: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás va tras
de vosotros para zarandearos como al trigo; mas yo he rogado por ti a
fin de que no perezcas; y tú, cuando te arrepientas, confirma en la fe
a tus hermanos».»Señor, respondió Pedro, yo estoy dispuesto a ir
contigo a la cárcel o a la misma muerte» Pero Jesús le aseguró: ¡Oh,
Pedro! Esta misma noche, antes de que el gallo cante, ya me habrás
negado tres veces».
Pero Pedro, a pesar de sus protestas, se olvidó, y ante la voz de una
mujer que le acusaba, juró que no conocía a Jesús. Lo negó tres veces,
y a la tercera cantó el gallo. Entonces recordó las palabras del
Maestro, y dándose cuenta de su pecado, lloró amargamente y Jesús,
después de resucitar, lo perdonó.
En el día de Pentecostés, estando los discípulos reunidos, aparecieron
unas lenguas de fuego que se repartieron sobre ellos y se sintieron
llenos del Espíritu Santo.
Entonces Pedro, como jefe de la asamblea, salió al balcón y empezó a
predicar. Al oírlo, se reunieron junto a él, gran cantidad de judíos,
de todas las regiones y lenguas.
Las gentes que le oían, se preguntaban: «¿Quién es éste? ¿No es el
galileo? Aquí estamos personas de muchas regiones, que hablamos
lenguas diferentes y entre nosotros no nos entendemos. ¿Pues cómo es
que a éste todos le entendemos?» Y tal fue la admiración de la gente,
que en aquel día se hicieron cristianos más de tres mil personas.
Subían un día Pedro y Juan al Templo, cuando se encontraron con un
hombre paralítico. Pasando junto a él, Pedro le dijo: «Míranos, plata
u oro no tengo; pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús Nazareno,
levántate y ponte a andar».
El enfermo, repentinamente curado, dio un salto y se puso en pie a
alabar a Dios. Muchos le conocían y se maravillaron del milagro. Pedro
les dijo: «¡Hijos de Israel! ¿Por qué os maravilláis de esto y por qué
nos estáis mirando? No hemos sido nosotros, sino el Hijo de Dios,
Jesucristo, a quien vosotros crucificasteis». Las palabras de Pedro a
la vista del milagro, convirtieron a más de cinco mil hombres.
Estando Pedro y Juan enseñando en el Templo, llegaron algunas
autoridades y los metieron presos Al día siguiente comparecieron ante
el pontífice, el cual les preguntó: «¿Con qué potestad o en nombre de
quién habéis hecho esa curación del paralítico?».
Pedro le contestó diciendo: «En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a
quien vosotros crucificasteis y Dios ha resucitado. En virtud de Él,
está sano ese hombre».
Entonces ordenaron a los guardias que los sacasen, y ellos se pusieron
a deliberar entre sí diciendo: «¿Qué haremos con estos hombres?. Ha
sido un milagro tan claro y evidente que no es posible negarlo. Lo
único que podemos hacer es obligarles a no vuelvan a tomar en la boca
ese nombre, ni hablen más de El a persona viviente».
Entonces, llamándolos de nuevo, les amenazaron que por ningún caso
hablasen ni enseñasen en nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan les
respondieron «Juzgad vosotros qué es más justo en la presencia de
Dios: si el obedeceros a vosotros o el obedecer a Dios».
Los Apóstoles seguían haciendo muchos milagros en el pueblo. Todos los
que estaban enfermos se ponían por donde Pedro pasaba y con sólo
tocarles quedaban curados. Así llegaban a Jerusalén muchas gentes de
todas las ciudades, trayendo enfermos que eran curados.
Alarmados por esto, los príncipes de los sacerdotes prendieron a Pedro
y a Juan y los metieron en la cárcel. Mas el ángel del Señor, abriendo
por la noche las puertas, los puso en libertad y los mandó volver al
Templo a predicar.
Reunidos en concilio los sacerdotes, mandaron ir por los presos para
ser interrogados. Pero regresaron los soldados diciendo: «La cárcel la
hemos hallado bien cerrada, y los centinelas en todas las puertas;
pero los presos han desaparecido». En ese momento, llegó uno diciendo:
«Aquellos hombres, están ahora enseñando en el Templo».
Inmediatamente fue allá el comandante y los trajeron. El sumo
sacerdote les dijo: «¿No os teníamos formalmente prohibido que
volvieses a enseñar en nombre de Ese?» Pedro contestó: «Cierto; pero
es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres».
Herodes mandó encarcelar a Pedro, y para dormir lo hacía atado con
cadenas a varios soldados. El rey tenía pensado condenarlo a muerte
después de la Pascua; pero mientras Pedro estaba en la cárcel, la
Iglesia entera hacía oración por él.
Y sucedió que, la noche anterior al día en que Herodes pensaba
matarle, mientras dormían, el ángel del Señor despertó a Pedro, y al
instante se le cayeron las cadenas con las que estaba atado a los
soldados. Añadió el ángel: «Toma tu capa y sígueme».
Salió Pedro tras el ángel y cruzaron delante de todos los guardias,
hasta que llegaron a la puerta de hierro, la cual se abrió por sí
misma. Salieron y caminaron hasta el fin de la calle, y allí el ángel
desapareció. Entonces fue cuando Pedro se dio cuenta de la realidad y
dijo: «El Señor ha mandado a su ángel para librarme de Herodes».
Entonces Pedro se encaminó a una casa donde sabía que se reunían los
cristianos, llamó a la puerta, le abrieron, y al verle quedaron
asombrados. Les contó cómo había sucedido todo y se retiró.
Después de confirmar en la fe a los hermanos de Jerusalén, San Pedro
partió para Roma, que entonces era tenida por la capital del mundo.
Fue el obispo de Roma por espacio de unos 25 años, hasta que murió
víctima del emperador Nerón.
Nos dice la tradición que al arreciar la persecución, y sabiendo los
cristianos el interés que tenía Nerón de encontrar al jefe de los
cristianos, consiguieron convencer a Pedro de que se marchase durante
algún tiempo a un lugar menos peligroso. Cuando Pedro se disponía a
salir de la ciudad, tuvo una visión en donde se encontró con su Señor
y Maestro Jesús, que venía hacia Roma cargando a las espaldas con una
cruz. Pedro al verlo, humilde y confuso, solamente acertó a decirle:
«¿Adónde vas, Señor?» Y el Salvador le respondió: «Voy a Roma para ser
crucificado otra vez». La visión desapareció, pero Pedro comprendió la
lección: Aquella cruz que traía el maestro era su propia cruz, que
debería aceptar valientemente.
Pedro decidió regresar a Roma y aceptar el tormento de la cruz. La
guardia romana no tardó en apresarle, y el emperador Nerón le condenó
a morir en cruz. A Pedro le pareció tanto honor que, considerándose
indigno de morir como el Maestro, suplicó le concedieran el favor de
morir cabeza abajo, gracia que le fue concedida. Pedro murió en el
Vaticano, el día 29 de junio del año 64.
San Pablo, APÓSTOL
Año 67
Pablo, fervoroso Apóstol,
un favor te pedimos al recordar
tu fiesta de cada año:
suplícale a Dios que te imitemos
en tu inmenso amor a Jesucristo
y en tu deseo impresionante de salvar almas.
Que cada uno de nosotros pueda repetir
aquella tu frase famosa:
«Me desgasto y me desgastaré
por el bien de las almas y
por el Reino de Cristo Jesús».
Las información que tenemos acerca de la vida de este gran apóstol
están contenidas en «Los Hechos de los Apóstoles» (Al final de la S.
Biblia) y en las cartas del santo. Son verdaderamente interesantes.
Nació en la ciudad de Tarso, en el Asia Menor, quizás unos diez años
después del nacimiento de Jesucristo. Su primer nombre era Saulo. Era
de familia de judíos, de la tribu de Benjamín y de la secta de los
fariseos. Fue educado en toda la rigidez de las doctrinas de los
fariseos, y aprendió muy bien el idioma griego que era el que en ese
entonces hablaban las gentes cultas de Europa. Esto le será después
sumamente útil en su predicación.
De joven fue a Jerusalén a especializarse en los libros sagrados como
discípulo del rabino más famoso de su tiempo, el sabio Gamaliel.
Durante la vida pública de Jesús no estuvo Saulo en Palestina, por eso
no lo conoció personalmente.
Después de la muerte de Jesús, volvió nuestro hombre a Jerusalén y se
encontró con que los seguidores de Jesús se habían extendido mucho y
emprendió con muchos otros judíos una feroz persecución contra los
cristianos. Al primero que mataron fue al diácono San Esteban y
mientras los demás lo apedreaban, Saulo les cuidaba sus vestidos,
demostrando así que estaba de acuerdo con este asesinato. Pero Esteban
murió rezando por sus perseguidores y obtuvo pronto la conversión de
este terrible enemigo.
Saulo salió para Damasco con órdenes de los jefes de los sacerdotes
judíos para apresar y llevar a Jerusalén a los seguidores de Jesús.
Pero por el camino una luz deslumbrante lo derribó del caballo y oyó
una voz que le decía: «Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?». Él
preguntó: «¿Quién eres tú?- y la voz le respondió: «Yo soy Jesús el
que tú persigues». Pablo añadió: «¿Señor, qué quieres que yo haga?» y
Jesús le ordenó que fuera a Damasco y que allá le indicaría lo que
tenía que hacer. Desde ese momento quedó ciego y así estuvo por tres
días. Y allá en Damasco un discípulo de Jesús lo instruyó y lo
bautizó, y entonces volvió a recobrar la vista. Desde ese momento dejó
de ser fariseo y empezó a ser apóstol cristiano.
Después se fue a Arabia y allá estuvo tres años meditando, rezando e
instruyéndose en la doctrina cristiana.
Vuelto a Damasco empezó a enseñar en las Sinagogas que Jesucristo es
el Redentor del mundo. Entonces los judíos dispusieron asesinarlo y
tuvieron los discípulos que descolgarlo por la noche en un canasto por
las murallas de la ciudad. Muchas veces tendrá que salir huyendo de
diversos sitios, pero nadie logrará que deje de hablar a favor de
Cristo Jesús y de su doctrina.
Llegó a Jerusalén y allá se puso también a predicar acerca de Cristo,
pero los judíos decidieron matarlo. Entonces los cristianos lo sacaron
a escondidas de la ciudad y lo llevaron a Cesarea. De allí pasó a
Tarso, su ciudad natal, y allá estuvo varios años.
Y un día llegó a Tarso en su busca su gran amigo, San Bernabé, y se lo
llevó a la populoso ciudad de Antioquía a que le ayudara a predicar. Y
en esa ciudad estuvo predicando durante un año, hasta que en una
reunión del culto por inspiración divina, fueron consagrados
sacerdotes Saulo y Bernabé, para ser enviados a misionar.
San Pablo hizo cuatro grandes viajes que se han hecho famosos. El
primero ya lo narramos en la historia de San Bernabé su compañero (en
el 11 de junio). En ese viaje cambió su nombre de Saulo por el de
Pablo, en honor de su primer gran convertido, el gobernador de Chipre,
que se llamaba Sergio Pablo.
El segundo viaje lo hizo de los años 49 al 52. En este recorrido ya es
menos impulsivo que en el viaje anterior y encuentra menos reacciones
violentas, pero estas no faltan y bastante graves. Visita las
comunidades o iglesias que fundó en el primer viaje y se propone
seguir misionando por el Asia Menor pero un mensaje del cielo se lo
impide y le manda que pase a Europa a misionar. Se encuentra con dos
valiosos colaboradores: el evangelista San Lucas (a quien llama
«médico amadísimo») y Timoteo, que será su más fiel secretario y
servidor, y a quien escribirá después dos cartas que se han hecho
famosas.
La primera ciudad europea que visitó fue Filipos (en sueños oyó que un
habitante de Filipos le suplicaba: «Ven a ayudarnos»). Allí le sacó el
demonio a una muchacha que hacía adivinaciones y al acabárseles el
negocio de los que cobraban por cada adivinación, estos arremetieron
contra Pablo y su compañero Silas y les hicieron dar una feroz paliza.
Pero en la cárcel a donde los llevaron, lograron convertir y bautizar
al carcelero y a toda su familia. Pablo guardó siempre un gran cariño
hacia los habitantes de Filipos y a ellos dirigió después una de sus
más afectuosas cartas, la Epístola a los Filipenses.
Después pasó a la ciudad de Atenas, que era la más famosa en cuanto
cultura y filosofía. Allá predicó un sermón en el Aerópago, y aunque
muchos se rieron porque hablaba de que Cristo había resucitado, sin
embargo logró convertir a Dionisio el aeropágita, a Dámaris y a varias
personas más.
Enseguida pasó a Corinto, que era un puerto de gran movimiento de
gentes. Allí estuvo predicando durante un año y seis meses y logró
convertir gran cantidad de gentes. Más tarde dirigirá a sus habitantes
sus dos célebres cartas a los Corintios. De allí salió a hacer su
cuarta visita a Jerusalén.
Su tercer viaje lo hizo del año 53 al 56. En este viaje lo más notable
fue que en la ciudad de Efeso en la cual estuvo por bastantes meses,
Pablo logró que muchas personas empezaran a darse cuenta de que la
diosa Diana que ellos adoraban era un simple ídolo, y dejaron de
rendirle culto. Entonces los fabricantes de estatuillas de Diana al
ver que se arruinaba el negocio, promovieron un gran tumulto en contra
del Apóstol. De Éfeso partió Pablo hacia Jerusalén a llevar a los
cristianos pobres de esa ciudad el producto de una colecta que había
promovido entre las ciudades que había evangelizado. Por todas partes
se iba despidiendo, anunciando a sus discípulos que el Espíritu Santo
le comunicaba que en Jerusalén le iban a suceder hechos graves, y que
por eso probablemente no lo volverían a ver. Esto causaba profunda
emoción y lágrimas en sus seguidores que tanto lo estimaban. En su
quinto viaje a Jerusalén, los judíos promovieron contra él un
espantoso tumulto y estuvieron a punto de lincharlo. A duras penas
lograron los soldados del ejército romano sacarlo con vida de entre la
multitud enfurecida. Entonces cuarenta judíos juraron que no comerían
ni beberían mientras no lograran matar a Pablo. Al saber la hermana de
él esta grave noticia, mandó un sobrino a que se la contara. Entonces
Pablo avisó al comandante del ejército, y de noche, en medio de un
batallón de caballería y otro de infantería, lo sacaron de Jerusalén y
lo llevaron a Cesarea. Allá estuvo preso por dos años, pero permitían
que sus discípulos fueran a visitarlo.
Al darse cuenta Pablo de que los judíos pedían que lo llevaran a
Jerusalén para juzgarlo (para poder matarlo por el camino), pidió ser
juzgado en Roma, y el gobernante aceptó su petición. Y en un barco
comercial fue enviado, custodiado por 40 soldados. Y sucedió que en la
travesía estalló una espantosa tormenta y el barco se hundió. Pero
Jesucristo le anunció a Pablo que por el amor que le tenía a su muy
estimado Apóstol no permitiría que ninguno de los viajeros del barco
se ahogase. Y así sucedió. Lograron llegar a la Isla de Creta y allí
salvaron sus vidas del naufragio.
Al fin llegaron a Roma, donde esperaban a Pablo con gran entusiasmo
los cristianos. En esa ciudad capital estuvo por dos años preso (casa
por cárcel) con un centinela en la puerta. Y los cristianos y los
judíos iban frecuentemente a charlar con él, y aprovechaba toda
ocasión que se le presentara para hablar de Cristo y conseguirle más y
más seguidores.
Cuando estalló la persecución de Nerón, éste mandó matar al gran
Apóstol, cortándole la cabeza. Dicen que sucedió el martirio en el
sitio llamado las Tres Fuentes (Tre Fontana) (y una antigua tradición
cuenta que al caer la cabeza de Pablo por el suelo, dió tres golpes y
que en cada sitio donde la cabeza golpeó el suelo, brotó una fuente de
agua). Las 13 cartas de San Pablo enseñan verdades valiosísimas acerca
de nuestra fe. Allí se ve que era un «enamorado de Cristo y de su
Santa Religión». En su segunda Carta a los Corintios, San Pablo narra
lo que le sucedió en su apostolado: «Cinco veces recibí de los judíos
39 azotes cada vez. Tres veces fue apaleado con varas. Tres veces
padecí naufragios. Un día y una noche los pasé entre la vida y la
muerte en medio de las olas del mar. Muchas veces me vi en peligros de
ríos, peligros de ladrones, peligros de los judíos, peligros de los
paganos, peligros en la ciudad, peligros en el campo, peligros en el
mar, peligros por parte de falsos hermanos; noches sin dormir; días y
días sin comer; sed espantosa y un frío terrible; falta de vestidos
con los cuales abrigarse, y además de eso, mi preocupación por todas
las Iglesias o reuniones de creyentes. Quien se desanima, que no me
haga desanimar. ¿Quién sufre malos ejemplos que a mí no me haga sufrir
con eso?».
Son las dos columnas o pilares fundamentales de la Iglesia Catóica fundada por Cristo y que mantienen viva su vigencia.