VIERNES SANTO

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Hay un escándalo de la cruz, del que habla San Pablo, o “locura de la cruz”. Es el más perturbador de los misterios, porque resuena en el fondo “el problema del mal”. Lo relata con detalle la Pasión que acabamos de escuchar. Es la hora de la noche, del poder de las tinieblas.
La cruz de Jesús puede ser considerada bajo dos aspectos completamente diferentes, uno de los cuales, sin embargo, incluye e ilumina al otro. Desde un punto de vista la cruz es un asesinato: lo realizan los hombres, judíos y paganos, guiados por el odio, instigados por el diablo. Desde otro punto de vista, la crucifixión es un sacrificio y Cristo es su sacerdote. Como asesinato parece una necesidad, externa a Cristo, a la cual Él no puede escapar. Pero como sacrificio, la crucifixión es el acto soberanamente libre del cual Jesús ya había dicho en el discurso de la Última Cena: “Yo doy mi vida…nadie me la quita”. Lo que ocurre el Viernes Santo es la consumación de la entrega de Cristo el Jueves Santo en la Cena Pascual. Por eso, no hay contradicción entre la acción de los que le dan muerte y su entrega sacrificial. El sacrificio de Cristo es el que combate precisamente contra el poder de las tinieblas. Cristo deja que estos poderes se desencadenen contra El para derrotarlos en el mismo lugar donde reinan, y donde El los suplanta por el reino de Dios. El demonio está forzando a su víctima a sufrir lo que el día anterior ella consintió sufrir. Por eso, la cruz no es símbolo de la derrota de Cristo, sino de su victoria. En la antigüedad cristiana la devoción a la cruz en la liturgia era siempre un himno de victoria. No se separaba la cruz de la resurrección. Y se representó a Cristo en gloria aún sobre el crucifijo.
Por otra parte, hay un dolor que distingue la Pasión de Cristo de cualquier otro sufrimiento. Cristo es el Verbo encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre. Su muerte está causada por el rechazo del pueblo. Y sufre como hombre la separación propia del pecado del hombre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, dice en la cruz pronunciando las mismas palabras con la que comienza el Salmo 21, y que no tuvo más fuerzas para seguir diciéndolo hasta el final, pero lo rezó íntegro. El salmo, que se cantó hoy, es profético, y describe detalles de la pasión que estaban ocurriendo en el mismo momento que Jesús lo rezaba. Si Jesús es Dios hecho hombre, y su naturaleza divina y humana están unidas en su Persona, que es la del Hijo divino, cuando sufre como hombre en la cruz, es Dios quien sufre. Nadie podría describir este dolor interior del Dios hecho hombre: el misterio de su abajamiento y el dolor de cargar con los pecados de toda la humanidad. Mayor debió ser el dolor en el alma que en el cuerpo.
Por otro lado, la Pasión del Señor es un sacrificio pascual. La cruz es sufrimiento que conduce a la gloria, de la pasión a la resurrección. Por la cruz a la luz. Es cruz pascual. Este camino del dolor que lleva al gozo es la mayor paradoja para la inteligencia humana. Se trata del sentido salvífico del sufrimiento de Cristo, y también del nuestro, que Él quiere. Por eso dijo: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”. La cruz ha sido abrazada por todos los santos. Santa Teresa dice que “a los que Dios quiere mucho los lleva por caminos de trabajos, y cuanto más los ama, por mayores”. Santa Rosa de Lima dijo a su vez que “fuera de la cruz no hay otra escala por donde subir al cielo”. Y los mártires son quienes mejor han comprendido y vivido este misterio. Pero aquí reside la fuerza de la Iglesia. Dijo el gran Papa San León Magno que “ningún género de crueldad puede destruir la religión fundada en el misterio de la cruz de Cristo. Las persecuciones no son en detrimento, sino en provecho de la Iglesia”. Ahora mismo las hay, y en abundancia, incluso mártires, especialmente en Medio Oriente, Egipto, Pakistán… ¿Estamos enterados de esto? Ellos no hablan de la cruz de Cristo, no sólo leen la Pasión, la viven, y son los testigos más grandes de la historia de la Iglesia.

Existe entonces una escuela de la cruz. Muchos no quieren ir a la escuela, querrían recibirse sin aprender. Es frecuente desear llegar al término sin andar el camino. Desear el consuelo del éxtasis sin las noches del alma. Desear el triunfo sin pelear la batalla. Anhelar los éxitos sin el trabajo anterior. Llegar a la resurrección sin pasar por la muerte, vivir el Domingo de Pascua sin el Viernes Santo. Es muy frecuente predicar un cristianismo atractivo y popular que sólo habla de alegría, de optimismo, omitiendo mostrar por dónde se llega. La cruz no es popular. Pero es lo eficaz. Popularidad es una cosa, eficacia otra. Jesús nos habla hoy desde la cruz. No miremos para otro lado. La misma experiencia humana común contradice este modo de pensar y obrar. Porque el sufrimiento y la muerte no pueden ser anulados por nosotros, por muy optimistas que queramos ser. La única solución es la de Jesús, que transformó la muerte en un acto de amor, de entrega. Así es como nos enseña, y nos da a la vez la gracia, de vivir todo sufrimiento y nuestra propia muerte, cuando llegue. Querer pintar la vida de otro modo es ilusión. Como dice el Beato Newman, “la medida del mundo es la cruz de Cristo…Ha dado un significado al variado y desviado curso de los problemas, tentaciones y sufrimientos. Ha unido todo lo que parece discordante y sin objeto. Nos ha enseñado a vivir…Nos impide una visión superficial y buscar una alegría vana y transitoria. Nos enseña a ayunar primero para gozar después del banquete”.
Por eso, nunca debemos mirar nuestras cruces sin mirar a Cristo crucificado. El ayuno y la abstinencia de hoy se hacen mirando el crucifijo. Sin la cruz de Cristo tampoco se entiende qué es el pecado, y cuán grave es. Confesarlo también es fruto de esa contemplación. Y también entendemos qué es el perdón mirando a Cristo crucificado. Hoy es un día para mirarlo más que nunca, meditar y comprender. Aquel primer Viernes Santo se cumplió, y se sigue cumpliendo, la profecía de Zacarías, que San Juan cita también en su relato: “Verán al que ellos mismos traspasaron”.
Y no sólo miramos al Crucificado: también lo adoramos. El rito de hoy continúa con la adoración de la santa cruz. La besamos. En ella quedó concentrado todo el mal del mundo, toda la saña del demonio, todos los pecados de los hombres de todos los tiempos. Pero en ella también se concentró todo el amor de Dios, todo el perdón de Dios. Sólo a Dios se le adora, pero es Dios hecho hombre el que está colgado en la cruz. Allí Jesús ha llevado a cabo Su obra de amor, como dice San Juan: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1). “Todo se ha cumplido” dice Jesús antes de expirar. En efecto, se ha consumado Su entrega de amor, de todo Corazón, con todo el Corazón. Y así es como Jesús llama a las puertas de nuestro corazón.
Esto es lo que hay que contemplar y adorar hoy: el Corazón abierto de Jesús. Cuando fue traspasado por la lanza, dice San Juan, “brotó sangre y agua”, es decir, la Eucaristía y el bautismo. Otra vez, como en la Cena, el agua del lavatorio purificador, y la sangre derramada por nosotros, que nos da a beber. Por eso, aunque el sagrario está vacío para recordarnos que Él está muerto, y no estamos celebrando la Misa, comulgaremos con las hostias consagradas ayer, para poner de manifiesto esa unión entre la Eucaristía y el misterio de la cruz, de la que hablábamos ayer.
Luego de esta celebración, a las 19.00, podremos ver las imágenes de la Sábana Santa, que recoge todos los detalles de la Pasión de Jesús, la reliquia más grande de la Iglesia. Y después haremos el Vía Crucis, como término del Viernes Santo, para ocupar nuestro lugar en el gran drama de las calles de Jerusalén, y del monte Calvario. Y este clima continuará hasta mañana a la noche. El Sábado Santo es la prolongación del Viernes Santo, es el día del silencio del sepulcro. Nadie vuelve del entierro de un ser querido para entregarse a la diversión y el pasatiempo. ¿Por qué se hace esto con Jesús? ¿Acaso no es real? Es una muerte y un entierro universal, que abarca todos los tiempos y lugares. Hay duelo, a la espera de la resurrección. Esto debemos hacer si somos cristianos, es decir, si somos la familia de Cristo Jesús. No basta con una breve visita de pésame.

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