Santa Inés

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Agnes es la forma latina de este nombre. Parece bastante claro que procede del griego agnh (agné), que significa pura, sin mancha; aplicado a las víctimas que se ofrecen en sacrificio, significa sagrada, sin tara, que nunca ha estado sometida al yugo. Forma parte de la nueva generación de nombres cristianos en Roma. Al coincidir fonéticamente este nombre (Agnes) con la palabra latina agnus, (cordero) y con la simbología especial que este animal tiene en el cristianismo (Cristo es representado como el Agnus Dei, el Cordero de Dios), se cultivó esta asociación de ideas y se la representó siempre con un cordero y con la palma del martirio.

Santa Inés representa un hito en la historia del cristianismo. Su martirio conmocionó a la cristiandad naciente y movilizó a toda la intelectualidad cristiana. Inés era una niña de doce años apenas, cuando tuvo que hacer frente a las pretensiones del pretor de turno (fue durante la persecución de Septimio Severo) de que abjurase de su fe, adorando públicamente a Minerva. Y no se le ocurrió otra cosa para presionarla, que llevarla a un lupanar y someterla allí, desnuda, a pública vejación. No siendo posible doblegarla por ningún medio, mandó el pretor decapitarla allí mismo. Dice la tradición que al verdugo, movido de piedad, le tembló la espada en la mano. Su martirio causó honda impresión en toda la Iglesia, tanto en Roma como fuera de ella. Lo prueban el epitafio que en su tumba hizo colocar San Dámaso, en el que en una décima canta el martirio de la Santa; el sermón que en su fiesta pronunció San Ambrosio, arzobispo de Milán; el hermoso himno a ella dedicado por el poeta español Prudencio; y en la iglesia oriental por la especial memoria que de ella se hace en los más antiguos sinaxarios y menologios griegos. Con razón exclamaba San Jerónimo que su alabanza resonaba en todas las lenguas y en todas las Iglesias y naciones. Grandes encomios hicieron de ella los más esclarecidos autores eclesiásticos: San Agustín, San Ambrosio, San Dámaso, San Gregorio Magno, San Jerónimo, San Martín de Tours, San Máximo de Turín, Prudencio y Venancio Fortunato. Dan fe asimismo de su celebridad la conmemoración que de ella se hace en el canon de la misa y la costumbre de bendecir el día de su fiesta dos corderitos (agni) en la basílica de la santa (Agnes) (ritual trasladado posteriormente a la iglesia de San Pedro del Vaticano), de cuyo vellón se labran los pallium que el Papa bendice el día de San Pedro para enviarlos a los prelados de sede arzobispal.

Siete santas más con este nombre venera la Iglesia y varias reinas y princesas recuerda la historia: Inés de Francia, emperatriz de Constantinopla (1171-1220); Inés de Merania, (m. 1201). Inés de Poitou, emperatriz de Alemania (m. 1077) e Inés de Castro, esposa de Pedro I de Portugal, asesinada el 7 de enero de 1355 por simple cálculo político, para evitar que heredara el trono de Portugal. La venganza de su padre fue terrible. El triste destino de Inés y la venganza a que dio lugar se han convertido en legendarios. En el drama «Reinar después de morir» revive Vélez de Guevara esta leyenda.

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