Conocidos, de nuestra familia, seres queridos..por todos los que pasan pruebas médicas, controles y hasta intervenciones.
SAN CARLOS BORROMEO
Obispo
(1538-1584)
San Carlos Borromeo nació el 1538 en Arona, Lombardía. Pertenecía a la ilustre familia de los Médicis, y había recibido una educación universitaria en Pavía. Era un joven austero, trabajador y responsable.
Cuando en 1559 fue coronado Papa, con el nombre de Pío IV, su tío el cardenal Médicis, muchos sobrinos acudieron esperando prebendas. Era la lacra tan nociva del nepotismo. Carlos no acudió. Siguió en su trabajo.
Fue su tío Pío IV el que le llamó. Pronto le llenaría de honores, que Carlos aceptó como responsabilidades. A los dos meses lo hizo cardenal, arzobispo de Milán y secretario de Estado. Las sagradas órdenes las recibió después. Iba a cumplir 22 años. Fue un caso de nepotismo acertado.
Se entregó a sus obligaciones con toda la energía de su temperamento. Apenas le quedaba tiempo para comer y dormir. Despachaba diariamente con el Papa. Atendía a todos los asuntos internos y externos de la Iglesia.
Sus tareas aumentaron al reanudarse, por iniciativa suya, el Concilio de Trento en su última etapa (1561-1563). Sin salir de Roma, era el alma de la asamblea conciliar. Interviene en las cuestiones más delicadas, en la revisión de la Vulgata, del Misal y del Breviario. Se preocupó también de la composición del Catecismo Romano, obra muy importante.
Aliviaba su tensión con el amor al arte y a la música -era un virtuoso del violoncelo- y alguna distracción con el ajedrez, la pelota y la caza.
Todo esto, que se consideraba normal, lo dejaría pronto, para entregarse a una vida más austera y ejemplar. La muerte de su único hermano le impactó fuertemente. Aumentó el tiempo de oración -«las almas se ganan con las rodillas», repetía- y de los rigores ascéticos. «Aprovechaba con su ejemplo más que todos los decretos de Trento», dice un contemporáneo.
A Pío IV le sucedió San Pío V. Carlos deja Roma para dedicarse más plenamente a su diócesis de Milán. Ahora puede ya consagrarse a encarnar el ideal de obispo. Emprende una gran acción reformadora. Es el Hildebrando del siglo XVI. Sabe rodearse de buenos colaboradores.
Trabaja a ritmo acelerado. Reúne seis concilios y once sínodos para aplicar los decretos de Trento. Funda cinco seminarios para preparar dignos sacerdotes. Recorre su extensa diócesis. Multiplica las obras de caridad. Resuelve los conflictos con Requeséns, virrey de Milán.
Realiza la reforma del pueblo, del clero, de los monjes y de las monjas, que se resistían a aceptar algunas normas de Trento. Incluso le hiere un miembro de la Orden de los Humillados. Pero él no se arredra ante las dificultades. «Basta obrar rectamente en todo, dice, y luego que cada cual diga lo que quiera». Promueve los Ejercicios de San Ignacio.
Su actividad se acrecienta al extenderse la peste de 1576. Forma juntas de salud, crea hospitales y lazaretos, busca médicos y víveres para los apestados, y él mismo anda entre ellos, confesando, consolando y repartiendo limosnas. Entrega su cama a los enfermos y él dormía en tablas.
Vivía con gran austeridad, era muy parco en la comida y en el sueño. Se desprendió de todo para aliviar a los pobres y dignificar el culto.
La intensa actividad le había dejado exhausto. Como presintiendo su muerte, quiere prepararse para ella practicando los Ejercicios de San Ignacio, que tanto apreciaba y tanto le habían ayudado siempre. A los pocos días, el 3 de noviembre de 1584 se durmió en el Señor. Sólo tenía 46 años. Este «obsequio del cielo» (Pío X) fue canonizado por Pablo V el 1610.
No puedo parar de decir que es bendito. Es el centro de mi vida; se me sale el corazón de amor. Le siento en lo pequeño. Me aterra el mundo cuando quisiera vibir recogida en este nido de calor de amor divino+
La Conmemoración de los Fieles Difuntos, popularmente llamada Día de Muertos o Día de Difuntos, es una celebración que tiene lugar el día 2 de noviembre, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.
Por tanto, estas celebraciones en realidad comenzaron como una fiesta para honrar a personas que, debido a su maldad, habían sido destruidas por Dios en los días de Noé. (Gén. 6:5–7; 7:11.)
La práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. El profeta Jeremías en el Antiguo Testamento dice: «En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el «¡ay, señor!» te plañirán, porque lo digo yo — oráculo de Yahveh» (Jeremías 34,5). A su vez en el libro 2° de los Macabeos está escrito: «Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados» (2 Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, en los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica, que es un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar en dos listas pareadas los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar.
En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés. En tiempos de san Isidoro († 636) en España había una celebración parecida el sábado anterior al sexagésimo día antes del Domingo de Pascua (Domingo segundo de los tres que se contaban antes de la primera de Cuaresma) o antes de Pentecostés.
En Alemania cerca del año 980, según el testimonio del cronista medieval Viduquindo de Corvey, hubo una ceremonia consagrada a la oración de los difuntos el día 1 de noviembre, fecha aceptada y bendecida por la Iglesia.
Adoptada por Roma en el siglo XIV pero que se remonta varios siglos atrás. Fue el 2 de noviembre del año 998 -otros autores fijan la fecha en 1030- cuando, en el sur de Francia, el monje benedictino San Odilón u Odilo (c. 962 – 1048), quinto abad de Cluny, instauró la oración por los difuntos en los monasterios de su congregación, como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada «Conmemoración de los Fieles Difuntos». Entre la dispersa obra de este santo, ha llegado hasta nuestros días una vida de la santa Emperatriz Adelaida, una biografía de su antecesor Mayeul, sermones, himnos y oraciones, y varías cartas de su abultada correspondencia. De allí se extendió a otras congregaciones de benedictinos y entre los cartujos; la Diócesis de Lieja la adoptó cerca del año 1000, en Milán se adoptó el siglo XII, hasta ser aceptado el 2 de noviembre, como fecha en que la Iglesia celebraría esta fiesta.
Celebración litúrgica en el Catolicismo[editar · editar código]
En la Iglesia Católica Romana[editar · editar código]
En la Iglesia Católica, para esta celebración se recita el Oficio de difuntos y las misas son de Réquiem, aunque el 2 de noviembre caiga en domingo.
En España, Portugal y América es tradición que los sacerdotes celebren tres misas ese día. Una concesión parecida se solicitó para todo el mundo al Papa León XIII, pero aunque no la concedió, sí ordenó un Réquiem especial en 1888.
En las Iglesias Católica Ortodoxas[editar · editar código]
Entre los cristianos orientales hay varios días dedicados a la oración por los difuntos, muchos de ellos caen en sábado, durante el tiempo de la Cuaresma o Pascua. En el rito de la Iglesia Ortodoxa Griega, esta fiesta se celebra en la Víspera de la Sexagésima, o en la Víspera de Pentecostés, mientras que la Iglesia Armenia celebra la «Pascua de los difuntos» al día siguiente de Pascua de Resurrección.
En la Iglesia Serbia hay también una Conmemoración de los difuntos, celebrada el sábado siguiente a la fiesta de la Concepción de san Juan Bautista (23 de septiembre).
En la Iglesia Católica Anglicana[editar · editar código]
Durante la Reforma protestante, la celebración de los Fieles Difuntos fue fusionada con la de Todos los Santos por la Iglesia Anglicana, aunque fue renovada por ciertas Iglesias conectadas con el Movimiento de Oxford en el siglo XIX.
Entre algunos protestantes no anglicanos la tradición ha sido mantenida tenazmente. A pesar de la influencia de Lutero, que abolió esta celebración en Sajonia y de las penas eclesiásticas luteranas, sobrevive esta celebración en la Europa protestante.
Tradiciones del Día de los Fieles Difuntos[editar · editar código]
La tradición de asistir al cementerio para rezar por las almas de quienes ya abandonaron este mundo, está acompañada de un profundo sentimiento de devoción, donde se tiene la convicción de que el ser querido que se marchó y pasará a una mejor vida, sin ningún tipo de dolencia, como sucede con los seres terrenales.
En Francia la gente de todos los rangos y credos decora los sepulcros de sus muertos en la Fête des morts.
En México y en América Central esta celebración se combinó con elementos de indigenismo y del sincretismo resultó una original celebración en el Día de Muertos, distinta de las otras naciones católicas. Esta fiesta incluye por tradición un Altar de muertos que consiste en una serie de adornos florales acompañados de la comida favorita del difunto; además de fotografías y otros detalles.
En las zonas andinas de Sudamérica, especialmente en Ecuador, Perú y Bolivia, la costumbre es preparar e intercambiar entre familiares y amigos las guaguas de pan para consumir con la colada morada que en algunas áreas rurales son también ofrendas principales en los cementerios.

