Penitente
Año 1562
San Pedro de Alcántara: maravilloso penitente: alcánzanos de Dios la
gracia de dominar nuestro cuerpo con las debidas mortificaciones, para
que él no esclavice a nuestra alma con pecados y malas inclinaciones.
Una palabra amable es tan agradable como un buen regalo (S. Biblia 18,17).
Este es un santo que se hizo famoso por sus terribles penitencias.
Nació en 1499 en un pueblo de España llamado Alcántara. Su padre era
gobernador de la región y su madre era de muy buena familia. Ambos se
distinguían por su gran piedad y su excelente comportamiento.
Estando estudiando en la universidad de Salamanca se entusiasmó por la
vida de los franciscanos porque le parecían gente muy desprendida de
lo material y muy dedicada a lo espiritual. Pidió ser admitido como
franciscano y eligió para irse a vivir al convento donde estaban los
religiosos más observantes y estrictos de esa comunidad.
En el noviciado lo pusieron de portero, hortelano, barrendero y
cocinero. Pero en este último oficio sufría frecuentes regaños por ser
bastante distraído.
Llegó a mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió
el sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía
sobre un duro cuero en el puro suelo. Pasaba horas y horas de
rodillas, y si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un
clavo en la pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Pasaba
noches enteritas sin dormir ni un minuto, rezando y meditando. Por eso
ha sido elegido protector de los celadores y guardias nocturnos. Con
el tiempo fue disminuyendo estas terribles mortificaciones porque vio
que le arruinaban su salud.
Fue nombrado superior de varios conventos y siempre era un modelo para
todos sus súbditos en cuanto al cumplimiento exacto de los reglamentos
de la comunidad. Pero el trabajo en el cual más éxitos obtenía era el
de la predicación. Dios le había dado la gracia de conmover a los
oyentes, y muchas veces bastaba su sola presencia para que muchos
empezaran a dejar su vida llena de vicios y comenzaran una vida
virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente pobre, porque le
parecía que eran los que más voluntad tenían de convertirse. La gente
decía que mientras predicaba parecía estar viendo al invisible y estar
escuchando mensajes del cielo.
Pidió a sus superiores que lo enviaran al convento más solitario que
tuviera la comunidad. Lo mandaron al convento de Lapa, en terrenos
deshabitados, y allá compuso un hermoso libro acerca de la oración,
que fue sumamente estimado por Santa Teresa y San Francisco de Sales,
y ha sido traducido a muchos idiomas.
Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos fueran más
mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la
meditación, fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de
«estricta observancia» (o «Alcantarinos»). El Sumo Pontífice aprobó
dicha congregación y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados
a llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran
penitencia. El santo fue atacado muy fuertemente por esta nueva
fundación, pero a pesar de tantos ataques, su nueva comunidad progresó
notablemente.
En 1560 San Pedro Alcántara se encontró con Santa Teresa, la cual
estaba muy angustiada porque algunas personas le decían que las
visiones que ella tenía eran engaños del demonio. Guiado por su propia
experiencia en materia de visiones, San Pedro entendió perfectamente
el caso de esta santa y le dijo que sus visiones venían de Dios y
habló en favor de ella con otros sacerdotes que la dirigían. Santa
Teresa en su autobiografía cuenta así algunos datos que el gran
penitente le contó a ella. Dice así:
«Me dijo que en los últimos años no había dormido sino unas poquísimas
horas cada noche. Que al principio su mayor mortificación consistía en
vencer el sueño, por lo cual tenía que pasar la noche de rodillas o de
pie. Que en estos 40 años jamás se cubrió la cabeza en los viajes
aunque el sol o la lluvia fueran muy fuertes. Siempre iba descalzo y
su único vestido era un túnica de tela muy ordinaria. Me dijo que
cuando el frío era muy intenso, entonces se quitaba el manto y abría
la puerta y la ventana de su habitación, para que luego al cerrarlas y
ponerse otra vez el manto lograra sentir un poquito más de calor.
Estaba acostumbrado a comer sólo cada tres días y se extrañó de que yo
me maravillase por eso, pues decía, que eso era cuestión de
acostumbrarse uno a no comer. Un compañero suyo me contó que a veces
pasaba una semana sin comer, y esto sucedía cuando le llegaba los
éxtasis y los días de oración más profunda pues entonces sus sentidos
no se daban cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Cuando yo lo
conocí ya era muy viejo y su cuerpo estaba tan flaco que parecía más
bien hecho de raíces y de cortezas de árbol, que de carne. Era un
hombre muy amable, pero sólo hablaba cuando le preguntaban algo.
Respondía con pocas palabras, pero valía la pena oírlo, porque lo que
decía hacía mucho bien»… Formidable retrato de un santo hecho por
una santa.
Los últimos años de su vida los dedicó San Pedro de Alcántara en gran
parte a ayudar a Santa Teresa a la fundación de la comunidad de
Hermanas Carmelitas que ella había fundado, y dicen que buena parte de
los éxitos que la santa logró en la extensión de su nueva comunidad se
debió a que este gran penitente se valió de toda su influencia para
ganar amigos en favor de la comunidad de las Carmelitas.
Cuenta Santa Teresa que San Pedro de Alcántara se le apareció a ella
después de muerto y le dijo: «Felices sufrimientos y penitencias en la
tierra, que me consiguieron tan grandes premios en el cielo».
Murió de rodillas diciendo aquellas palabras del Salmo: «¡Que alegría
cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!».
Santa Teresa escribió: «Lo he visto varias veces en la gloria y me ha
conseguido enormes favores de Dios».
Otro gran santo español, que estuvo muy relaciomado con Sana Teresa de Jesús del que aprendió mucho, un santo que se distinguió por esa vida tan austera y de penitencias y sacrificios, un santo que todo le sobraba pues teniendo a Dios ya lo llenaba todo. y no necesitaba casi nada para vivir. Un modelo para imitar, para des prendernos de tantas cosas inútiles y vanas que ponen piedras en nuestro camino hacia la santidad.