San Juan Bautista de la Salle

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Memoria de san Juan Bautista de la Salle, presbítero, que en Reims, de Normandía, en Francia, se dedicó con ahínco a la instrucción humana y cristiana de los niños, en especial de los pobres, instituyendo la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, por la cual soportó muchas tribulaciones, siendo merecedor de gratitud por parte del pueblo de Dios.

Por un matrimonio amigo que empieza hoy los trámites de adopción de su primer hijo y por todos los que ansían ser padres para que puedan serlo; te lo pedimos Señor.

A los diecinueve años se traslada a París para comenzar los estudios que le preparasen para ser sacerdote. En París conoce a los niños pobres abandonados en la calle y, junto con otros compañeros, comienza a educar a un grupo de ellos.

Pero a partir de 1672, tras la muerte de sus padres, tiene que encargarse de sus hermanos por ser el mayor, a la vez que continua sus estudios. El mucho tiempo que tiene que dedicar a estas dos cosas no le permite continuar la atención a los niños abandonados. Finalmente, en 1678, se ordena sacerdote y celebra su primera misa en Reims.

Y sigue con la responsabilidad de atender a sus hermanos y cumplir sus deberes como canónigo de la Catedral. También en Reims se encuentra con familias pobres y niños abandonados sin escuela; pero a pesar de que les ayuda con la limosna, no se acerca a ellos. Sin embargo, una idea ha comenzado a dar vueltas a su cabeza: Dios le llama simplemente para desarrollar su tarea como sacerdote o también para educar a los niños pobres y abandonados? La Salle piensa y reza mucho, intentando buscar su camino; pero no ve claro.

Estando visitando el convento de las Hermanas del Niño Jesús, aparece Adrián Nyel enviado por la señora Maillefer, pidiéndole ayuda para abrir una escuela destinada a los niños pobres y abandonados de Reims. En este encuentro con Nyel, Juan Bautista comienza a descubrir cuál es el camino que Dios le pide que siga. Ayudando a Nyel, La Salle tiene el primer contacto con la escuela.

Una vez que se hace cargo de la escuela, Juan Bautista busca maestros. Es muy difícil encontrarlos, porque nadie quiere enseñar a los niños pobres. Por fin halla algún mutilado de guerra y algunos jóvenes que estaban sin trabajo. Con la intención de estar más cerca de ellos y de enseñarles cómo tienen que dar clase, les lleva a vivir a su casa; pero toda su familia se pone en contra.

Ante esta situación, alquila una pequeña y sencilla casa y se va a vivir a ella con los maestros. Pasado algún tiempo, los maestros acusan a La Salle de que, a pesar de vivir con ellos, él sigue siendo rico y teniendo mucho dinero. Tras pensar y rezar mucho, La Salle se da cuenta de que los maestros tienen razón y toma una decisión muy valiente: repartir todo lo que tiene entre los pobres. De ese modo será uno como los demás. Y así es como comenzaron a educar a aquellos niños y jóvenes que mataban las horas en la calle.

Con todo, esta nueva aventura que ha comenzado La Salle va a durar poco. Los maestros se cansan de dar escuela y de vivir juntos aceptándose unos a otros, y le abandonan. A los treinta años Juan Bautista se queda totalmente solo, sin maestros, e incomprendido por su familia. Pero Dios no le abandona: empiezan a llegar jóvenes generosos y sinceros que quieren ser maestros. Con éstos comenzará La Salle a vivir y trabajar de un modo nuevo. En adelante vivirán juntos en serio y se comprometerán a ser seguidores de Jesús. Se llamarán Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Y así, casi sin darse cuenta, La Salle va abriendo escuelas a lo largo y ancho de toda Francia, respondiendo a las llamadas de diferentes personas en distintos lugares. En unos sitios serán escuelas gratuitas para niños pobres; en otros, escuelas de oficios para que los jóvenes aprendan un trabajo y puedan encontrar empleo; en otros, escuelas de maestros para que, aquellos jóvenes que quieran serlo salgan bien preparados antes de dar clase; y hasta escuelas para delincuentes, ya que estando en la cárcel no hacían nada y, por lo menos, en la escuela aprendían algo.

Y también, casi sin darse cuenta, le fueron viniendo los problemas. Los maestros calígrafos, que enseñaban a escribir cobrando por ello, empiezan a quedarse sin alumnos porque los Hermanos no cobraban y enseñaban mejor. Comienzan a molestar a los Hermanos; entran en sus clases rompiendo y quemando mesas, bancos y todo lo demás y, finalmente, llevan a juicio a La Salle. A pesar de que Juan Bautista lo gana, los problemas no terminan: algunos de aquellos jóvene

Sábado Santo

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Meditaremos junto a la Virgen. Iremos a la Vigilia ..

Han sido días duros para los católicos..cansados y de esperanza; de profunda oración, ofrenda y recogimiento.

Jueves Santo estuve en Avila..ya os contaré con detalle..maravilloso día.

Viernes Santo, visité los 7 Monumentos , hice el Via Crucis, acompañé a mi abuela, oficios y procesiones en Madrid..fin del día con el Via Crucis con el Santo Padre ..no cabe ni un alfiler de más en este día completísimo para acompañarLe en su muerte de Cruz.

Necesitamos celebrar la vida en Cristo Jesús.

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VIERNES SANTO

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Hay un escándalo de la cruz, del que habla San Pablo, o “locura de la cruz”. Es el más perturbador de los misterios, porque resuena en el fondo “el problema del mal”. Lo relata con detalle la Pasión que acabamos de escuchar. Es la hora de la noche, del poder de las tinieblas.
La cruz de Jesús puede ser considerada bajo dos aspectos completamente diferentes, uno de los cuales, sin embargo, incluye e ilumina al otro. Desde un punto de vista la cruz es un asesinato: lo realizan los hombres, judíos y paganos, guiados por el odio, instigados por el diablo. Desde otro punto de vista, la crucifixión es un sacrificio y Cristo es su sacerdote. Como asesinato parece una necesidad, externa a Cristo, a la cual Él no puede escapar. Pero como sacrificio, la crucifixión es el acto soberanamente libre del cual Jesús ya había dicho en el discurso de la Última Cena: “Yo doy mi vida…nadie me la quita”. Lo que ocurre el Viernes Santo es la consumación de la entrega de Cristo el Jueves Santo en la Cena Pascual. Por eso, no hay contradicción entre la acción de los que le dan muerte y su entrega sacrificial. El sacrificio de Cristo es el que combate precisamente contra el poder de las tinieblas. Cristo deja que estos poderes se desencadenen contra El para derrotarlos en el mismo lugar donde reinan, y donde El los suplanta por el reino de Dios. El demonio está forzando a su víctima a sufrir lo que el día anterior ella consintió sufrir. Por eso, la cruz no es símbolo de la derrota de Cristo, sino de su victoria. En la antigüedad cristiana la devoción a la cruz en la liturgia era siempre un himno de victoria. No se separaba la cruz de la resurrección. Y se representó a Cristo en gloria aún sobre el crucifijo.
Por otra parte, hay un dolor que distingue la Pasión de Cristo de cualquier otro sufrimiento. Cristo es el Verbo encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre. Su muerte está causada por el rechazo del pueblo. Y sufre como hombre la separación propia del pecado del hombre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, dice en la cruz pronunciando las mismas palabras con la que comienza el Salmo 21, y que no tuvo más fuerzas para seguir diciéndolo hasta el final, pero lo rezó íntegro. El salmo, que se cantó hoy, es profético, y describe detalles de la pasión que estaban ocurriendo en el mismo momento que Jesús lo rezaba. Si Jesús es Dios hecho hombre, y su naturaleza divina y humana están unidas en su Persona, que es la del Hijo divino, cuando sufre como hombre en la cruz, es Dios quien sufre. Nadie podría describir este dolor interior del Dios hecho hombre: el misterio de su abajamiento y el dolor de cargar con los pecados de toda la humanidad. Mayor debió ser el dolor en el alma que en el cuerpo.
Por otro lado, la Pasión del Señor es un sacrificio pascual. La cruz es sufrimiento que conduce a la gloria, de la pasión a la resurrección. Por la cruz a la luz. Es cruz pascual. Este camino del dolor que lleva al gozo es la mayor paradoja para la inteligencia humana. Se trata del sentido salvífico del sufrimiento de Cristo, y también del nuestro, que Él quiere. Por eso dijo: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”. La cruz ha sido abrazada por todos los santos. Santa Teresa dice que “a los que Dios quiere mucho los lleva por caminos de trabajos, y cuanto más los ama, por mayores”. Santa Rosa de Lima dijo a su vez que “fuera de la cruz no hay otra escala por donde subir al cielo”. Y los mártires son quienes mejor han comprendido y vivido este misterio. Pero aquí reside la fuerza de la Iglesia. Dijo el gran Papa San León Magno que “ningún género de crueldad puede destruir la religión fundada en el misterio de la cruz de Cristo. Las persecuciones no son en detrimento, sino en provecho de la Iglesia”. Ahora mismo las hay, y en abundancia, incluso mártires, especialmente en Medio Oriente, Egipto, Pakistán… ¿Estamos enterados de esto? Ellos no hablan de la cruz de Cristo, no sólo leen la Pasión, la viven, y son los testigos más grandes de la historia de la Iglesia.

Existe entonces una escuela de la cruz. Muchos no quieren ir a la escuela, querrían recibirse sin aprender. Es frecuente desear llegar al término sin andar el camino. Desear el consuelo del éxtasis sin las noches del alma. Desear el triunfo sin pelear la batalla. Anhelar los éxitos sin el trabajo anterior. Llegar a la resurrección sin pasar por la muerte, vivir el Domingo de Pascua sin el Viernes Santo. Es muy frecuente predicar un cristianismo atractivo y popular que sólo habla de alegría, de optimismo, omitiendo mostrar por dónde se llega. La cruz no es popular. Pero es lo eficaz. Popularidad es una cosa, eficacia otra. Jesús nos habla hoy desde la cruz. No miremos para otro lado. La misma experiencia humana común contradice este modo de pensar y obrar. Porque el sufrimiento y la muerte no pueden ser anulados por nosotros, por muy optimistas que queramos ser. La única solución es la de Jesús, que transformó la muerte en un acto de amor, de entrega. Así es como nos enseña, y nos da a la vez la gracia, de vivir todo sufrimiento y nuestra propia muerte, cuando llegue. Querer pintar la vida de otro modo es ilusión. Como dice el Beato Newman, “la medida del mundo es la cruz de Cristo…Ha dado un significado al variado y desviado curso de los problemas, tentaciones y sufrimientos. Ha unido todo lo que parece discordante y sin objeto. Nos ha enseñado a vivir…Nos impide una visión superficial y buscar una alegría vana y transitoria. Nos enseña a ayunar primero para gozar después del banquete”.
Por eso, nunca debemos mirar nuestras cruces sin mirar a Cristo crucificado. El ayuno y la abstinencia de hoy se hacen mirando el crucifijo. Sin la cruz de Cristo tampoco se entiende qué es el pecado, y cuán grave es. Confesarlo también es fruto de esa contemplación. Y también entendemos qué es el perdón mirando a Cristo crucificado. Hoy es un día para mirarlo más que nunca, meditar y comprender. Aquel primer Viernes Santo se cumplió, y se sigue cumpliendo, la profecía de Zacarías, que San Juan cita también en su relato: “Verán al que ellos mismos traspasaron”.
Y no sólo miramos al Crucificado: también lo adoramos. El rito de hoy continúa con la adoración de la santa cruz. La besamos. En ella quedó concentrado todo el mal del mundo, toda la saña del demonio, todos los pecados de los hombres de todos los tiempos. Pero en ella también se concentró todo el amor de Dios, todo el perdón de Dios. Sólo a Dios se le adora, pero es Dios hecho hombre el que está colgado en la cruz. Allí Jesús ha llevado a cabo Su obra de amor, como dice San Juan: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1). “Todo se ha cumplido” dice Jesús antes de expirar. En efecto, se ha consumado Su entrega de amor, de todo Corazón, con todo el Corazón. Y así es como Jesús llama a las puertas de nuestro corazón.
Esto es lo que hay que contemplar y adorar hoy: el Corazón abierto de Jesús. Cuando fue traspasado por la lanza, dice San Juan, “brotó sangre y agua”, es decir, la Eucaristía y el bautismo. Otra vez, como en la Cena, el agua del lavatorio purificador, y la sangre derramada por nosotros, que nos da a beber. Por eso, aunque el sagrario está vacío para recordarnos que Él está muerto, y no estamos celebrando la Misa, comulgaremos con las hostias consagradas ayer, para poner de manifiesto esa unión entre la Eucaristía y el misterio de la cruz, de la que hablábamos ayer.
Luego de esta celebración, a las 19.00, podremos ver las imágenes de la Sábana Santa, que recoge todos los detalles de la Pasión de Jesús, la reliquia más grande de la Iglesia. Y después haremos el Vía Crucis, como término del Viernes Santo, para ocupar nuestro lugar en el gran drama de las calles de Jerusalén, y del monte Calvario. Y este clima continuará hasta mañana a la noche. El Sábado Santo es la prolongación del Viernes Santo, es el día del silencio del sepulcro. Nadie vuelve del entierro de un ser querido para entregarse a la diversión y el pasatiempo. ¿Por qué se hace esto con Jesús? ¿Acaso no es real? Es una muerte y un entierro universal, que abarca todos los tiempos y lugares. Hay duelo, a la espera de la resurrección. Esto debemos hacer si somos cristianos, es decir, si somos la familia de Cristo Jesús. No basta con una breve visita de pésame.